miércoles, 28 de noviembre de 2012

Vinculándonos y creando lazos de amor: I Jornada de Crianza Respetuosa


La Agrupación Vinculados organizó  la Primera Jornada de Crianza Respetuosa, la cual se llevó a cabo el 17 de noviembre en Santiago.  Este grupo de profesionales tienen como objetivo claro movilizarse en pro de una crianza saludable, creando espacios tan importantes como el que se llevó a cabo hace unas semanas atrás. 

Una serie de destacados profesionales se dieron cita aquel día para hablar de distintos aspectos que atingen a la crianza y cuidado de niños,  desde la gestación, el parto,  durante su crecimiento y la relación que mantenemos con nuestro ecosistema. Fueron un sinfín de aportes profesionales con una muy rica posibilidad de retroalimentación, una experiencia muy familiar y acogedora, en donde todos los actores nos sentimos en un ambiente hogareño y placentero.

Una jornada en la que la reflexión y la conversación sincera se hicieron sentir.  Y es que estos temas no pueden ser más necesarios y urgentes en la actualidad. Es primordial darle mayor realce a este tipo de actividades y de encuentros, en donde las ideas conscientes se planteen y se transformen en nuevas formas de criar y observar nuestro mundo y el de nuestros hijos.  Una sensación de cambio paradigmático en torno a la crianza se está haciendo sentir enérgicamente, y es preponderante abrirle más espacio para que la esencia y naturaleza del amor pueda emerger desde nuestros corazones de una forma más consciente. 

Se agradecen instancias como estas, en donde podemos palpar que podemos cambiar este maltratado mundo, dirigiéndonos hacia una cultura más armónica, amable y amorosa con nosotros y nuestro entorno, orientada justamente hacia donde están nuestras promesas más grandes: nuestros hijos. 

Y sé que pronto en espacios como estos escucharemos ya no tan solo a profesionales, dándonos sus valiosos enfoques científicos, si no que a padres o madres, desvestidos de todo ropaje profesional, exponiendo desde la espontaneidad y la consciencia clara sus puntos de vista parados desde donde se comanda la importante labor de la crianza: desde nuestro hogar. Padres y madres hablando desde su experiencia parental reflexionada y concientizada, sentida y experimentada en los poros, desde la esencia misma de nuestro ser.  Así podremos además gozar de una aún más franca conversación, con un intercambio de ideas espontáneas y tomar un poco más de conciencia acerca de aquella labor que nuestra sociedad hoy descalifica tanto y considera que puede ser reemplazada por cualquier otro sujeto o institución.  Es hora de darle la importancia a nuestra esencia, otorgarles el lugar y título que tan altamente se merece, porque es parados desde ese ser madre o padre es que podemos vivir la vida, cambiarle el curso hacia una más amorosa y enseñarles a los más pequeños que la vida es un milagro y un milagro muy feliz.

Los cambios de mirada emergen de encuentros como este, donde el intercambio de ideas bulle con toda la creatividad y fuerza con que crecen nuestros niños. Gracias por haber creado este vínculo entre todos los asistentes, gracias por los lazos de amor que ahora nos unen con más conciencia. Gracias porque creo que al fin estamos cambiando nuestro modo de pensar y nuestra forma de criar.



lunes, 26 de noviembre de 2012

NO a la violencia contra la mujer, NO a la violencia obstétrica




Vivimos en una sociedad en donde los valores masculinos están siempre por sobre los valores femeninos.  El predominio de lo tradicionalmente masculino en nuestra cultura se sustenta básicamente en aspectos que vemos en la cotidianidad: la explotación del hombre por el hombre, la competencia desmedida y la búsqueda del éxito,  las clases sociales, el dominio de los ricos sobre los pobres, el dominio del hombre sobre las mujeres, y el dominio de los adultos por sobre los niños, el dominio del ser humano por sobre los animales.  Y hoy sabemos de sobra que esta estructura que nos rige no conduce más que al sufrimiento de los seres humanos y de los otros seres que habitan la tierra.  Un paradigma en extremo violento y que claramente ya no funciona. 

La violencia se cuela por todos lados, traspasa paredes, transgrede posesiones sagradas de los seres humanos (como los niños) y está presente en nuestra mesa a la hora de comer.  Y sin duda tiene mil caras.  Una de las violencias a lo largo de nuestra historia que ha sido más destacada es la violencia hacia la mujer, contra  la cual se ha luchado duramente por principales corrientes humanistas durante el siglo XX, y afortunadamente se han logrado avances. 

El Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer fue aprobado por la Asamblea General de las Naciones Unidas el 17 de diciembre de 1999,  y se celebra anualmente cada 25 de noviembre, en memoria de las hermanas Mirabal, tres hermanas dominicanas que se opusieron a la dictadura y fueron asesinadas por el dictador Rafael Leonidas Trujillo.

En el presente post quiero hoy hacer referencia básicamente una de las violencias en contra de las mujeres más invisible, aquella que está institucionalizadas y tan mecanizadas que ya es parte de los protocolos médicos y es vista como parte de la atención normal y adecuada en los recintos médicos llamados maternidades.  Esta violencia es silenciosa y vulnera hoy no solo a las mujeres si no también a los niños recién nacidos y a los padres, en uno de los momentos más sensibles del ser humano: el parto y el nacimiento. 

Qué es la violencia obstétrica?

La ONU define "violencia contra la mujer" como: Todo acto de violencia basado en el género que tiene como resultado posible o real un daño físico, sexual o psicológico, incluidas las amenazas, la coerción o la prohibición arbitraria de la libertad, ya sea que ocurra en la vía pública o en la vía privada.

Entonces podemos definir “violencia obstétrica” como: todo acto que vulnere o humille o involucre un trato vejatorio hacia la mujer o al bebé durante la gestación, labor de parto, el parto y horas posteriores al nacimiento produciendo daño ya sea físico, emocional o psicológico en ellos.

A continuación algunos de los hechos que involucran violencia durante una labor de parto y parto:

1.- El exceso de intervencionismo médico con procedimientos invasivos por ejemplo el tacto, y con masividad de profesionales en el lugar del parto. 

2.- El exceso de medicalización, sobre todo el uso de oxitocina sintética para la inducción del parto.  El parto es un proceso involuntario y por ende no se puede controlar.  La oxitocina sintética si bien ayuda a la dilatación, no contribuye a la producción natural de otras hormonas que debe producir el cuerpo de la mujer en parto.  Además contribuye a que el dolor sea más intenso. 

3.- Reproches, burlas, comentario descalificadores y bromas hacia la mujer por parte del personal médico, por ejemplo: mofarse por lo quejumbrosa
. Así como también el conversar de  “otros temas” interesantes para los que “trabajan” en el parto

4. La postura de la madre en forma horizontal o de acuerdo a la comodidad del personal que atiende el parto.  Normalmente se recuesta a la madre y no se le permite libertad de movimiento alguno, es decir levantarse cuando quiera, caminar, sentarse o ponerse en la posición que la madre se sienta más cómoda.  Aquí caben las situaciones que acostumbran en algunos lugares como amarrar los pies o las manos de la madre.

5. Acompañamiento durante el partoUna mujer en labor de parto tiene el derecho a permanecer acompañada todo el tiempo por quien lo desee y cuanto tiempo ella lo necesite.

6. Separación de la madre y el recién nacido. Ningún procedimiento médico justifica separar a un recién nacido sano de su madre. Cualquier tipo de examen se puede hacer con la madre presente.  La separación
 injustificada que perturba el momento más delicado del equilibrio oxitocínico del establecimiento de la lactancia y del vínculo afectivo entre ambos.
7. Violencia física o rutinas que se aplican ciertos procedimientos que no tienen fundamento, como por ejemplo: tactos, depilación, inmovilización, etc.

8.- Rotura artificial de membranas, cuya finalidad es apurar el nacimiento.  Esta rotura debe hacerla el bebé. 

9.- El pujo dirigido:  El pujo debe realizarse sólo cuando la madre tenga las ganas de hacerlo. Una madre que no tiene ganas de pujar puede que sea una cuya dilatación no esté completa. Se debe respetar el deseo de pujo y ninguna persona puede forzarlo.

10.- La episiotomía es un corte en la vagina de la mujer. Se utiliza la excusa que así es más fácil que la cabeza del bebé “salga”. La Organización mundial de la salud la desaconseja y son muchos los expertos que lo  consideran un procedimiento innecesario e incluso peligroso.
11.- Una cesárea innecesaria: un procedimiento del cual muchos obstetras abusan para satisfacer su comodidad, sobre todo horaria.
La violencia obstétrica es sin duda un tipo de violencia que va en contra de las mujeres, y por ende contra los bebés. La lista de puntos de violencia durante un parto puede ser interminable. Lamentablemente, en este momento tan frágil del ser humano, y lo digo para la madre, el padre y el bebé, la violencia que se ejerce es una forma eficaz de reproducción de la violencia social de una generación a otra.  Las secuelas quedan sobre el sistema neurológico de niño y el sistema emocional y psicológico de la madre, el padre, porque un parto es un recuerdo para toda la vida.

Este tipo de violencia lamentablemente sigue sin ser reconocida por los sistemas legales de la mayoría de países como una violencia sistemática ejercida en maternidades hacia las familias.  Es solo mediante la búsqueda de información por ende el empoderamiento de cada uno de nosotros, seamos hombres o mujeres, que podemos visibilizar y conocer este tipo de prácticas y en ese instante hacer el cambio.  La toma de decisiones conscientes e informadas hace que nuestros paradigmas en torno a la gestación, el parto, el nacimiento y el puerperio, es decir paradigmas de nuestra sexualidad vayan cambiando. 

Es hora de tomar conciencia.

Aquí: Otro artículo de violencia obstétrica interesante



miércoles, 21 de noviembre de 2012

La Lactancia y el Bienestar


“Cuanto más estresante y fragmentado se torna nuestro mundo moderno, más nos damos cuenta de  nuestra necesidad de calma y contacto.  Este anhelo se refleja en el cuestionamiento acerca de nuestro agitado modo de vida, así como en una consciente búsqueda de las vías hacia la serenidad y las relaciones personales armoniosas”
Kerstin Uvnäs




Ilustracion de Soledad (Afra) Martínez

Si intento definir lo que entiendo por bienestar, viene a mí una sencilla sensación de respiración pausada, un sentimiento de vida holgada y abastecida de todas aquellas vivencias que me conducen a pasarlo bien y estar en tranquilidad, paz y armonía.  Me percato simplemente de que respiro profundo, lento y que con ello me siento plena y feliz, una sensación que recuerdo se posó en mi vida un día cualquiera cuando me observé y vi que tenía un bebé en mi pecho.

Las mujeres de hoy,  en la cotidianidad de nuestros días, estamos más emparentadas con los ajetreos externos que nos impone un mundo exitista y competitivo, que con la calma y el reposo que vivimos ansiando y jamás alcanzando.  Nuestras metas desde pequeñas se enganchan al desarrollo intelectual y más tarde al desarrollo profesional. Todo en orden de obtener más libertad económica y por ende personal, todo en orden de cumplir con los retos que la vida nos impone como sujetos de una sociedad que busca el bienestar en el dinero, en la acumulación de bienes materiales o brillando para otros mediante logros profesionales.

No es casualidad que con mayor frecuencia posterguemos la maternidad en busca de acumular este tipo de experiencias externas, y con el único objetivo de demostrarnos a nosotras mismas y al resto que podemos lograr un sinfín de metas.  Del mismo modo,  podemos jactarnos que le doblamos la mano a nuestro destino al controlar nuestra capacidad de dar vida interviniendo  nuestro cuerpo gracias a una refinada evolución en la industria farmacéutica y tecnológica. Hemos conseguido el bienestar que creemos es nuestro objetivo sentir, un bienestar material y un bienestar de “control” de nuestro cuerpo y nuestros ciclos biológicos.

Sin embargo, la esencia natural que aún poseemos en nuestro interior logra hacerse presente.  ¡Bendita sea ella! Un día llega a nuestra vida y a nuestros brazos un pequeño ser que creció en nuestro vientre nueve meses.  Dejamos de controlar todo y nos damos cuenta que hay cosas que no se pueden controlar, y que ciertas comodidades que poseemos no sirven del todo en ciertos momentos de la vida.

Me recuerdo sentada en la cama con mis pechos desnudos, mirando la cara de mi bebe, en un estado de contemplación altísima que cualquier maestro espiritual desearía. Todo detenido en una sola mirada, en una sola respiración, la cual transcurre al unísono de las pequeñas inspiraciones de ese ser que retoza en tus brazos y en tu regazo.  Una sensación de calma, de quietud, de sentir como la vida simplemente sucede en ese minuto.  La confianza, el optimismo, poco a poco ahuyentan la agresividad de aquel bullicio de la calle allá afuera.  Comienza a abrirse un mundo lleno de magia y de dicha en el interior de una,  se abre una puerta hacia el estado de la sanación.  Tus pechos rebozan en leche y tu alma reboza en felicidad.  Tu mente se ha detenido, en un intenso momento de neutralidad, en el que la nutrición recíproca ocurre a manera de un feliz milagro.

Una parte tuya, desconocida en tu existencia hasta ese momento, hace su aparecimiento.   A veces no es fácil asimilar esta nueva faceta, tu animal agresivo y acostumbrado al ataque allá en la selva de cemento, se desconcierta, se agita y aúlla buscando la totalidad de su territorio en tu cuerpo.  Y tú prefieres sin dudar al hada lenta, sencilla y calma que ahora te posee.  Esa hada de leche que lleva hacia tus pechos el elixir de la sanación.  Bulle muchas veces el miedo ante esta dualidad y quieres huir, pues el proceso curativo inicia una limpieza y aparecen tus dolores internos, aquellos recuerdos escondidos en los recovecos de tu cuerpo.  Y aún así, quieres que esa hada se quede, pues ella alimenta a tu hijo y te nutre a ti sin duda. Lo sientes. El néctar de la lactancia ahuyenta el miedo y aceptas el reto de remover lo que internamente y emocionalmente ya no te sirve.

Amamantas. Tu cuerpo inicia una fase de crecimiento y sanación.  El proceso de nutrir a tu hijo involucra una entrega mutua y desinteresada de energía para ambos.  Cuando tu cuerpo y la mente están en calma, es posible abrir la puerta hacia nuestros recursos internos y desplegar aun más la creatividad generosa que inició su invasión hace ya unos meses atrás durante la concepción.  La habilidad del ser humano para aprender, comprender, resolver o enfrentar problemas es mayor cuando estamos bajo los efectos de la calma y la quietud.

Tu hijo a su vez, inicia su vida en el territorio de la calma.  Su único deseo es estar siempre junto a su madre tal como lo hizo durante nueve meses internamente.  Sus necesidades básicas son estar al calor de su madre y bebiendo el único alimento que amamanta además a su emocionalidad, su autoestima, su ser interior. Acurrucado en la teta de su madre, es donde el obtiene esta calma, esta magia que respeta sus procesos y le otorga la plenitud de protección que necesita.

La lactancia es portadora de este elixir mágico de bienestar mutuo.  El estado que te entrega el pequeño gran acto de amamantar es una luz de paz que se instaura en tu ser y en el de tu hijo. Los obstáculos para alcanzar esa luz, bien pueden ser derribados, sólo está en que te decidas, te escuches y te entregues a tu naturaleza.  Te lo aseguro, estarás alcanzando tu más alta cima, la contemplación y trascendencia máxima, estás alcanzando el bienestar que tanto tiempo has deseado.


martes, 6 de noviembre de 2012

Mis partos y yo

Desde que tengo memoria, en mi memoria de niña,  creo que el dolor al parto es uno de los miedos más incrustados en mi adn.  Los relatos de mi madre y sus partos ayudaron bastante a sellar en mi piel aquel fantasma temible.  Nací mediante una cesárea urgente, luego de horas de labor de parto en una clínica, con peligro de ruptura del útero, y un tajo que rasguño mi frente antes de que yo viera la luz externa.  La desesperación de mi madre fue mayor cuando le dijeron que venía con un pie curvado hacia adentro y de seguro, sin preguntarle, cuando nos separaron por horas hasta que los médicos decidieran.  Quizás en algún momento preferí dejar deshabitado totalmente el cuarto oscuro del parto en mi esencia y la razón hoy me parece obvia.  Y  bueno, luego vino la cultura, terminándose así de inscribir en mi mente que el proceso del parto se entrega la medicalización por sobre la naturaleza, estandarizándome de esa forma para cuando me llegara la hora de parir. 

Así desde que nací vi el mundo cruzado por el paternalismo de una cultura que pretende  que seas mansa y obediente en todo orden, y especialmente a la hora de tener hijos.  Porque así te conviertes en una buena mujer, una mujer que no cuestiona nada y que entrega todo sus procesos al resto.  Que tu embarazo se lo entregas al ginecólogo y él decide cuando nace tu hijo.  Me temo que desde niñas poco a poco nos enseñan el miedo, y con él nos van despojando de nuestros deseos y de nuestra naturaleza.  Ya en la adolescencia te miran con lástima cuando viene tu menarquia, luego cuando comienzas a enamorarte antes de cualquier otra cosa te enseñan a que el embarazo puede “arruinar tu vida”. Luego estudias y buscas una profesión y creces en el ámbito profesional con el mismo miedo al embarazo porque ahora puede seguir “la ruina” de tu carrera o de tus proyectos personales.  Cuando entras a un buen trabajo sigues postergando tu maternidad por que el miedo te da alguna nueva justificación, y el miedo a estas alturas ha cambiado de disfraz más de mil veces.  Cuando llega el momento en que quedas embarazada, dentro de las primeras emociones que vienen a ti está el miedo. Y casi en penumbras comienzas a darte cuenta que nunca habías decidido habitarte internamente, vivir en tu ser más esencial y femenino que te llama a gritos y se te planta  hoy en frente.  Cuando das el paso, tu vida cambia radicalmente, pero el miedo una vez más aparece con nuevo traje.

El miedo al dolor del parto es uno de los tantos disfraces del miedo que nos insertan desde niñas, para mi gusto una artimaña más para que te alejes de ti misma, de tu ser interior y por ende de tu poder.  Nuestra cultura vive el dolor como algo detestable y buscan eliminarlo de cualquier modo y a costa de cualquier cosa.  Jamás te muestran que el dolor es parte de la vida, un proceso integrado a esto de vivir, un sentimiento que acompaña casi siempre un crecimiento, un sentimiento muy humano.  Tan despreciado él y tan parte de nosotros como la noche dentro de un día.  Eliminarlo y temerle es el objetivo de nuestro sistema. Nunca nos enseñan a ir a través de él, cruzarlo con dignidad, valentía y arrojo.  A nadie le conviene que sepas que una vez que lo enfrentas y sabes que lo has hecho tu sola, el poder te inunda y te hace más grande, puedes ser invencible. Te vuelves peligrosa.

Cuando llegó mi hora de parir, tuve miedo. Mis dos partos fueron totalmente medicalizados. Hubo inducción para apurar la dilatación, hubo oxitocina sintética, hubo un dolor inaguantable, hubo epidural, hubo depilación, tactos, episostomía, hubo monitoreos, hubo manejos externos de mis contracciones. Hubo ruptura de membranas.  Tuve miedo.  En algunos momentos tuve la mano del padre de mis muchachos, en momentos le decían que tenía que salir, sin preguntarnos o explicarnos absolutamente nada.  Escuché muchas historias de vacaciones en el Caribe, peleas entre colegas y uno que otro deseo puesto en palabras de qué es lo que querían almorzar ese día,  mientras me forraban con sondas y ponían algún medicamento o que se yo. Había mucha luz, bulla, batas verdes y de todos colores que venían y me decían algo. 

Hoy leo con regocijo las historias de partos naturales de mujeres valientes que tuvieron la suerte quizás de haber llegado a ese punto de sus vidas con una conciencia más elevada.  He llorado mil veces al escuchar como sienten su cuerpo ayudando a nacer a sus hijos. Los observo con algo de nostalgia, sana envidia y de culpa por que yo misma pude habitarme así y haber sentido mis partos desde mi pedestal femenino y no en una camilla horizontal.  Entonces me percato de que aparece otro de los hilos con los que me hilvanaron desde que nací: la culpa. Otro hilo que apunta a la desconexión, otro hilo más con los que nos siguen sometiendo en silencio a las mujeres.

Me observo cocida con estos hilos, y coincido en que debo cortarlos eliminarlos de mi vida. Decidimos todas eliminar estos hilos de nuestras vidas.  Al irlos cortando, descociendome, voy sintiendo como voy entrando a mi morada, a mi casa, a aquella que decidí hace tiempo volver. 

Y voy a mis partos, y observo todo el escenario “quirúrgico” antes descrito, sin embargo, decido ver lo esencial.  Voy al punto donde quiero vivirlos una y otra vez, sintiendo aquellas contracciones, sintiendo cada una de mis células femeninas haciendo lo que mejor saben hacer, sintiendo en cada pujo un abrazo amoroso que decido entregarles a mis hijos, mis manos y mi vientre los van tocando y acariciando para darles las bienvenida. Me siento en intimidad y acogida. Siento en mi la fuerza de aquella mujer que parió en un pesebre hace unos miles de años.  Entre las luces, tubos y batas verdes, ya no hay miedo. Los ojos de mis hijos, esos ojos que podría ver toda mi vida, sus manos como dos ovillos, su cuerpo tibio con mi calor, los recibo emocionada, los abrazo y nunca jamás los dejo ir. No hay miedo, no hay más que una sensación de un territorio vasto, verde, cercano a lo que para mi sería el paraíso.  No hay dolor ni miedo, solo hay espacio para la magia que me posee. Mis hijos primero en mi vientre, ahora en mis brazos, en mis pechos, en mi vida y en ningún otro lugar.

Han podido medicalizar lo físico en mí, pero no han podido intervenir mi alma, ni el alma de mis hijos. Ellos han nacido como todos los bebés humanos, con una promesa en las manos y con la esperanza de hacer de este un mundo mejor.  Vivo el amor que siento por ellos y pongo las piedras en el cimiento de la morada que nunca dejé de habitar y que ahora decido habitar concientemente.

Mis partos ahora sin el dolor de haber sido entregados a los catéteres y a otras manos han hecho que el poder del amor se despliegue en mi cuerpo, en mi hogar, en mi lecho y en mi espíritu. Mis partos han hecho que se despliegue una fuerza poderosa, feroz, misteriosa y abundante. Hoy me tejo yo misma, con la lana que  yo misma escojo.

Mis partos y yo son nuestros partos y nosotras. Nos desvestimos de los miedos, las culpas y decidimos habitarnos concientemente. Nuestros partos nos pertenecen, y cada una lo vive con todo el respeto que nos merecemos como seres humanos, como mamíferos, sin apurarlos, sin manipularlos.  Luz tenue, intimidad, comodidad, mujer acogida, mujer feliz viviendo su cuerpo sabio.

 Silencio por favor, esta naciendo uno de nosotros.