domingo, 22 de diciembre de 2013

Navidad, canciones de cuna y tiempo de maternidad

Virgen de la Leche de Miguel Jacinto Melendez

“(…) José partió en búsqueda de una partera.  Cuando regresó Jesús ya había nacido.  Cuando la deslumbrante luz se atenuó la partera se encontró ante una escena increíble. Jesús ya había encontrado el pecho de su madre! La comadrona exclamó entonces: ‘¿Quién ha visto jamás a un niño que apenas nacido tome el pecho de su madre?’ Es el signo evidente que este niño al convertirse en hombre, un día juzgará según el Amor y no según la Ley!”(*)

Si he sido noche, fueron las noches de mis bebés las que me hicieron ser noche. Y durante esa noche nació el niño en el portal de Belén. Hoy me regocija decir que la mayoría de esas noches fueron al son de canciones de navidad, porque yo en pleno mayo y octubre canté mil canciones de navidad. Las imágenes del pesebre, los animalitos, María subida en un burrito en labor de parto evocan en mí una sensación de protección y calma, una sensación de noche de paz y noche de amor.  Los villancicos fueron las primeras palabras que nacieron de mi boca cuando el llanto de mis bebés llenaba aquellas noches y la destemplanza hacía que me perdiera en mis propias noches y descubría la inmensa niña recién nacida que aún era yo.  El tiempo de navidad era para esa niña una estancia llena de magia, calma, calor, de ese sentido profundo y contenedor que durante toda mi niñez siempre le otorgué al nacimiento del niño Jesús. Decidí llenar mi sombra con aquellas dulces melodías que fueron elixires de yerbas buenas sanadoras.  Lo fueron para mí y para mis niños. Creo que nacimos nuevamente en el Portal de Belén.  

Mis canciones de cuna entonces llenaron cualquier mes del año y el cantarlas aún llena mi casa de una calma mística. Invocamos siempre el nacimiento de ese niño que es un símbolo invariable de esperanza para la humanidad entera.  Mis dos estrellas se duermen fácilmente cuando cantamos todos –porque ahora en casa cantamos todos a aquel niño.  Y para mí el simple hecho de evocar la imagen de su nacimiento me enternece completamente y se me llena de emoción la garganta y de lágrimas los ojos.  Pues si hay una imagen más clara de lo que es ser madre y nacer, para mí es la de María teniendo a su hijo en el acto más maravilloso de parir en un pesebre, con  ninguna otra contención más que la presencia de otros mamíferos, las estrellas y el calor de la paja.  La sencillez de un hogar, la modestia de una familia y el parto de una mujer y nacimiento de un ser humano en la forma más simple es la escena más potente que todos debiéramos interpretar como la verdadera felicidad. ¿Qué pasaría si todos pudiéramos vivir nuestros nacimientos, los propios y los de nuestros hijos, de esa manera? La grandeza de las enseñanzas de Jesús radica en otorgarnos a cada uno la potencialidad de ser como él.

 (…) En seguida, Jesús comenzó a mover la cabeza, a veces hacia la derecha, otras a la izquierda y, finalmente, a abrir la boca en forma de O. Guiado por el sentido del olfato, se acercaba cada vez más al pezón. María, que aun se encontraba dentro de un equilibrio hormonal particular, y por ello muy instintiva, sabía perfectamente cómo sostener a su bebé e hizo los movimientos necesarios para ayudarlo a encontrar el pecho. Fue así como Jesús y María transgredieron las reglas establecidas por los neocórtex de la comunidad humana. Jesús –un rebelde pacífico desafiando toda convención- había sido iniciado por su madre. (*)

(…) La noche siguiente, María durmió un sueño ligero. Estaba vigilante, protectora y preocupada de satisfacer las necesidades de la más preciosa de las criaturas terrestres. Los días siguientes, María aprendió a sentir cuándo su bebé tenía necesidad de ser mecido. Había tal acuerdo entre ellos que ella sabía perfectamente adaptar el ritmo del balanceo a la demanda del bebé. Siempre meciéndolo, María se puso a canturrear unas melodías a las que agregó algunas palabras. Como millones de otras madres antes que ella, María descubrió así las canciones de cuna.(*)

Las risas de mis hijos  me enseñaron a ser risa, y sus besos me convierten en besos una y otra vez.  La maternidad me inunda como un río lleno de vida plena que me es regalado por las estrellas, por las millones de estrellas de Belén que siento que me cubren.  Y mientras canto campanas de Belén  como en un trance me lleno de calma y dicha.  Revivo inmediatamente el momento como si yo misma estuviera naciendo en un pesebre en el calor de mi madre.  Me regocijo en la navidad que nos recuerda el nacimiento de Jesús como hijo y el nacimiento de María como madre.  Contemplando la imagen aquella del pesebre, me percato que reza en cada uno de nosotros la potencialidad certera que tenemos de conectar con nuestro interior más humilde y más sencillo. La posibilidad de desarrollar los valores más sencillos del ser humanos como los desarrolló Jesús, cómo los desarrolló María están en nuestras manos. La Navidad se vuelve una instancia en la cual podemos rescatar nuestra esperanza y parir nuevamente, así de la forma más sencilla y humilde, el amor que cada ser humano lleva dentro como leche para alimentar.  Exactamente como cuando parimos a nuestros hijos. Porque la Navidad puede ser en cualquier época del año y el hogar nuestro pesebre permanente. Porque nuestros hijos y el amor por ellos son la estrella que seguimos siempre con una canción de navidad de fondo. Y ellos, por supuesto, son todos nuestros grandes maestros. Y si lo queremos ver el camino que lleva a Belén  siempre puede estar en nuestros pies.


(*) Nueva mirada sobre la Navidad, La cientificación del amor, Michel Odent, Editorial Creavida: Bs. As, 2001. Pág. 130-131-132.

viernes, 6 de diciembre de 2013

De cesáreas y otras reflexiones

Ilustración de Tanya Torres

Una cesárea es un tipo de parto en el cual se practica una incisión quirúrgica en el abdomen y el útero de la madre para extraer uno o más bebés.  Suele practicarse cuando un parto vaginal podría conducir a complicaciones médicas para el bebé o la madre.  La Organización Mundial de la Salud recomienda que sólo debe hacerse una cesárea cuando el parto no se puede desarrollar de manera normal, lo que sucede en un 15% de los casos.  En Chile, sin embargo, la tasa de cesáreas ha incrementado tanto en los últimos años que alcanzamos casi el 50%, con lo que podríamos decir que de cada 10 mujeres embarazadas aproximadamente 5 tienen a su hijo mediante una cesárea.  Lo alarmante podría ser la evidencia que la mitad de los partos no puede desarrollarse de forma normal en Chile ¿qué está pasando con la salud de nosotras las mujeres entonces? ¿o de frentón estamos abusando de este procedimiento?


Si bien estoy muy de acuerdo con que las cesáreas salvan vidas y que han contribuido enormemente en la salud de la humanidad, estoy muy en desacuerdo en abusar de este tipo de procedimiento, que siempre debería estar para servir a la salud de las mujeres y a sus hijos.  Este procedimiento y su abuso –porque considero las altas tasas son un mero abuso, no creo que las mujeres en estos últimos tiempos seamos menos sanas y no podamos parir en forma natural-  en ningún caso debe ser utilizada para ajustar mejor las agendas de médicos y conveniencias de otros actores que hoy en día intervienen en los partos en la mayoría de maternidades.  Porque en este punto hay que ser francos, el nacimiento de los seres humanos hoy en día se ha convertido en un mero trámite y en un negocio redondo para muchos. 

También es necesario observar cual es nuestra concepción acerca de la vida humana. Las noticias que nos alimentan como pan de cada día vociferan la muerte de miles de personas, de maltratos a cualquier ser como si fuera la normalidad, con ello el sentido de la vida se nos ha banalizado, una vida es algo trivial, cómo no! si almorzamos sin inmutarnos mientras hablan de un asesinato!  La sexualidad humana se vende en el escaparate de una forma exacerbada y aberrante.  Lo que debiera ser sagrado -como la vida, la creación de la vida e incluso la muerte-, hoy se nos presenta como lo más vulgar y corriente. 

Así, poco a poco hemos desvalorizado la llegada de un nuevo ser humano a este mundo, lo cual hoy vemos como un mero trámite que cumplir.  En este punto, la cesárea se nos presenta como una oportunidad fantástica para poder controlar la serie de trámites que vamos cumpliendo dentro de nuestro ciclo vital: estudio, trabajo, etc. Nuestro éxito se va midiendo en el alcance de varios aspectos.  Y ya que controlamos nuestra natalidad,  por qué no controlaríamos el nacimiento de un hijo?   Entonces es fantástico, pues nuestra vida se ve como una perfecta agenda, ordenadita,  en la cual tenemos todo bajo control.  Y claro, luego de un embarazo que debe durar exactamente 40 semanas, la cesárea nos dicta el día exacto desde los meses exactos a partir de cuándo podremos “retomar” nuestra vida normal, los ejercicios para recuperar la silueta y para apurar nuestra normalidad podemos incluso optar por otra cirugía, si si!! Las cirugías lo arreglan todo!

Por otro lado, una cesárea es factible realizarla dentro de los horarios de oficinas en las clínicas y hospital, es más fácil para los médicos y si  ellos tienen algún seminario importante o las soñadas vacaciones, pues los nacimientos de los seres humanos que atienden pueden ser perfectamente adelantados y ajustados a su agenda para que así la señora se atienda conmigo y con ningún otro médico.  Y si la señora insiste que quiere un parto vaginal bien conduzco e induzco para apurar el proceso o bien le digo que los latidos de su bebé comienzan a bajar y así ella junto al padre de la criatura, ambos con cara de espanto, imploran que se haga la cirugía.  Es fácil. Pareciera que un nacimiento es cuestión de ajuste de agendas varias!

En ambos casos será que el parto de una mujer sana con un bebé sano no es viable que se produzca de una forma natural? Será que lo natural es que ahora controlemos todo?

La semana pasada Relacahupan o la Red latinoamericana y del Caribe por la humanización del parto y el nacimiento ha lanzado una estupenda campaña para evitar las cesáreas innecesarias.  Para mi sorpresa, contrario del deleite por esta campaña puede causar en las mujeres ya que se apela a la salud de nuestros partos, he sido testigo de cómo aparecen inmediatamente las resistencias y la defensa de esta intervención quirúrgica como un punto más a enarbolar de lo que llamamos la “libertad femenina” de elegir y de hacernos “más fácil” la “difícil” vida que nos ha tocado (como si fuera una maldición) por ser madres.  Si bien considero que nuestra cultura -y no 'el dolor' del parto- nos hace efectivamente más difícil la vida por ser madres con un sistema inhumano en general en lo económico, laboral y social, observo con mucha pena que las mujeres pensemos efectivamente que la cesárea “nos hace más libres”.  Las escenas que he descrito anteriormente, lejos de ser una idea irónica en la actualidad, son instancias que cubren los afanes cada día en las maternidades.

Asimismo, he visto muchas mujeres que se han sentido atacadas personalmente al escuchar información para evitar las cesáreas innecesarias, imagino se sienten identificadas al haber tenido una cesárea. Yo insisto que las cesáreas en muchos de los casos –no en todos- además de rajarnos el útero, nos raja un poco la autoestima.  Y me pregunto yo ¿cómo poder saber si,  luego de una extenuante labor de parto me dicen que el bebé no se encajó y que sus latidos bajan, puedo seguir o lo mejor es una cesárea? ¿Cómo reacciono si un médico me dice que mi hijo es “grande” y que su cabeza no pasará por mi vagina, y que entonces es mejor programar una cesárea porque si no me tendrá que rajar el periné de forma horrible? Las mujeres estamos en serias desventajas ante estas claras amenazas tremebundas que nos lanzan, y a la hora de elegir obviamente nuestra opción será desesperada y querremos el menor riesgo.  Obviamente tomaremos el camino que se nos induce y que para todos es el más fácil: una cesárea.  Frente a la eminencia de la medicina, una mujer embarazada y en labor de parto, en un momento totalmente vulnerable, no puede tomar mayores decisiones y debe confiar en quien tiene al frente.  Entonces, a lo que debemos apelar para evitar las cesáreas innecesarias además es a la ética de los profesionales de salud.  Si hemos tenido una cesárea innecesaria será difícil reconocerlo porque de seguro ha sido perfectamente justificada –aunque la intuición femenina perfectamente lo sabrá-.  Una vez más las mujeres que se sienten culpables y responsables y los bebés, ambos en desventaja y subvalorados.


El tema de las cesáreas en nuestra salud tiene mucho más para reflexionar.  Ya es un paso que las mujeres podamos informarnos previamente a nuestro parto.  Hacer visible y consciente la plaga de protocolos médicos que tacharon nuestra humanidad en aquel momento tan sensible de nuestro parto también es un proceso que debemos hacer de forma honesta y valiente. Solo de esta forma las rígidas instituciones, los procedimientos arcaicos, las éticas deformes, egocéntricas y a conveniencia podrán hundirse de una vez por todas. Y por supuesto, agradecer en el alma las cesáreas que nos ayudan a salvar vidas y tener la conciencia de que éstas pueden ser un procedimiento más amoroso, respetado, contenido y comprendido.  Estoy segura que se puede lograr.




Recomendaciones: 


Chile, país de cesáreas de Gonzalo Leiva





lunes, 25 de noviembre de 2013

María, eres una reina


“Cuando una mujer va a parir, se encuentra en un estado psicológico y emocional vulnerable. En estos momentos de extrema sensibilidad, para que el parto transcurra de forma eficaz y adecuada, la mujer debe sentirse segura para lograr “poner en suspenso” su neocórtex racional y abandonarse, sin trabas, a su instinto de mamífera, es decir, la parturienta necesita unas condiciones especiales de quietud y serenidad para poder dejarse guiar por la información fisiológica grabada desde hace millones de años en su cerebro mamífero primitivo (el límbico). Seguridad, tranquilidad, silencio, luz tenue, protección, acompañamiento amoroso y respetuoso, calor, agua, un poco de comida, no parecen unos requisitos muy complejas para cumplirlos.”
Elena Mayorga



Cuando te vi María estabas con tu panza inmensa sentada en aquel banquito.  Tus ojos denotaban el inicio de tu trabajo de parto y un miedo que se colaba en cada mirada que enviabas a cada personal de salud que pasaba por tu lado sin percatarse de tu presencia. Esperaste paciente y obediente como la buena niña que te enseñaron a ser desde pequeña.  A ratos entrecortabas tu respiración por que venía una contracción lenta y punzante, las veía venir e irse.  Yo si me había percatado de tu presencia, María.  De repente la providencia divina te tocó y una cama te fue asignada.  Tus ojos agradecieron la pequeña compasión que tuvieron contigo y agarraste tu bolso y lo llevaste al pequeño velador que te asignaron.  Te dieron algunas recomendaciones de forma muy rápida.  Volviste a agradecer silenciosamente sin entender mayor cosa, lo sé.  Te preguntaron tu Rut, tu fecha de cumpleaños, el número de semanas de embarazo, la fecha de tu ultima regla, y una serie de números más a los que respondiste con algo de dificultad.  Pediste perdón por tu mala cabeza a la impaciente señorita que esperaba una respuesta rápida.  Nadie se percató de tu belleza, la perfección de tu neocortex desconectándose para poder escuchar tu cuerpo que se preparaba a recibir a tu hijo de la forma que solo tú sabes.  Te digo María, para mi poder admirar esa desconexión fue sublime, ‘maravillosa naturaleza’ pensé. Eres una reina María. 

Te recostaste y te sentiste sola, con algo de frío pese al calor intenso de ese día.  Tus ojos María miraron todo con extrañeza pero con resignación, se colaba el recelo en aquella sala tan grande, tan ruidosa y llena de la luz intensa de cualquier medio día.  Cerraste los ojos que se llenaron de lágrimas detrás de tus párpados, lo sé María. Comencé a sentirte desde que te vi en aquel banquito.  Intercambiaste alguna que otra palabra entre contracción y contracción con la mujer de la cama de al lado. Te dijo que todas salían gritando de esa sala.  Te sentiste desamparada una vez más, lo supe cuando trataste de ovillarte en la pequeña cama para, silenciosamente y apretando tu boca en un gesto sencillo, resistir una contracción más. No querías molestar a nadie.

El reloj grande aguardaba mostrando mi hora de salida.  Di un par de pasos sigilosos, tratando de no ser impertinente dentro de tu pequeño espacio.  Me dijiste un par de palabras y al presentir que venía la siguiente contracción no pude evitar tomar tu mano.  No pude irme, no dejándote ahí sola.  Comencé a acompañarte en las contracciones, pidiéndote prudentemente que no las resistieras, si no que las traspasáramos y las dos comenzamos a respirar y a integrar las contracciones que venían algo más intensas. Puse un aroma agradable en tu espacio. Nos conocimos en unos minutos, en algunas palabras escasas. ‘¿Dónde estuviste en mis otros partos?’ me preguntaste.  Revisé mi vida a lo largo de los 15 años que tiene tu primera hija y a lo largo de los 10 años de tu primera cesárea.  María tenemos casi la misma edad. 

En largo tiempo nadie vino a revisar que tu estado de salud estuviera bien, pero mi mano estuvo con la tuya todo ese rato.  Personal de salud se acercó y preguntó por lo menos 87 veces por tu Rut, tú fecha de cumpleaños, el número de semanas de embarazo, la fecha de tu última regla, y una serie de números más a los que respondiste cambiando de lugar los números.  Volviste a pedir perdón ante la pérdida de paciencia de cada persona que se acercó.  Yo volví a admirar la belleza de tu neocortex desconectado.

La fuente se rompió cuando una doctora te revisó.  Tu sobresalto creció y yo lo sentí en tu mano. Traté de tranquilizarte con mi mirada, con mi mano y mi respiración.  Tú me sonreíste y cerraste tus ojos y me permitiste ver como tu bebé se movía.  Revolviste tu bolso sin saber que sacar de él.  Ordené la ropita y sus pañales. Cerré bien tu bolso para que no pareciera ultrajado.

Te trasladaron a la sala donde podrías dar a luz y me permitieron dejar mi mano en la tuya.  Traté de respirar contigo, traté de que te conectaras con el precioso Maximiliano, traté de que el sintiera que su madre quería que se llamara además Tarek, ‘el que viene a ti’  como me dijiste orgullosa. Había ruido y el reloj aguardaba para dar un cambio de personal. Mi mano se quedó junto a la tuya y tratamos de bromear y tú reíste.  Yo veía como quisiste desconectarte y como quisiste sentir que tu cuerpo podía parir a Tarek sin dificultad,  sin ese miedo que volaba en el aire.  Alguien te llamó ‘floja’ por no querer pararte,  yo te miré y te sonreí y te dije sin palabras que te quedaras como tú querías.  Pediste perdón nuevamente porque manchaste una sábana como si la hubieras deshonrado y yo quise pedirte perdón por no hacerte sentir como la reina que eres. 

En ese momento una tropa de batas hospitalarias entró.  Me pidieron que saliera y yo también soy obediente, María.  No pude acompañarte en ese momento.  Mi mano se despegó de la tuya.  Seguí respirando contigo del otro lado de la puerta ¿pudiste sentirlo María? lo hice tal cual lo aprendimos juntas unas horas antes cuando recordamos a traspasar las olas de las contracciones, cuando nos abríamos plenas y cuando sentimos ambas libremente que nuestros bebés caminaban la senda a través de nosotras y nacían sin temor, sin dolor por nuestra vagina que era una… nos acompañamos y fuimos una.  María ¿dónde estuviste tú en mis partos? fue mi pregunta.  No pudimos seguir respirando, te desnudaron entera, te rasuraron, en medio de un sinfín de cifras que enarbolaron.  Desnudez, luz, ruido, tubos plásticos y millones de ojos observándote. Tímidamente me pediste perdón por que todo el trabajo que hicimos fue en vano y cerré mis ojos para contener las lágrimas. Tú eres una reina María, a pesar de todo este escenario ¿pude acaso transmitirte esa sensación María?  El miedo creció cuando solté tu mano y me preguntaste airada y llorando que qué te había hecho ese hombre de bata verde. No pude responderte María por aquel dolor. Profanación. El descontrol de tu gesto y tu camilla en movimiento no me permitió tomarte de la mano ni retomar la respiración.  Yo se que Tarek si se encajó y que había encontrado ya el camino que le mostramos juntas,  el que él quería hacer, recorrer junto y en  ti, de tu mano y con ello de la mía. Yo se que sí.  El hombre aquel, del que no pude resguardarte, decidió otro camino María.  

Santiago, jueves 21 de noviembre de 2013, Proyecto Doula.


miércoles, 6 de noviembre de 2013

Mirándome al espejo y entendiendo mis puerperios



Me miro al espejo.   Gabriel acaba de cumplir 2 años y con ello vamos dejando atrás sus primeros días de vida.  Miro a Manuel que tiene 7 años y percibo su profundidad y la proyección llena de vida que tienen sus ojos.  No recuerdo ya mi vida sin hijos, ni quiero recordarla, tampoco podría imaginarla ya.  El cambio de identidad de mi ser mujer a ser mujer-madre ha dejado sus huellas, y no hay mejor dicha para mí hoy que gozar de ello.  Me miro al espejo y recuerdo los primeros días de mis hijos con algo de nostalgia ¿hay algo mejor en la vida que tener en tus brazos y en tu pecho a ese ser recién nacido que te cambia la vida para siempre? ¿hay algo más trascendental que mirar un pequeño ser y mirarte al espejo al mismo tiempo?

El periodo de puerperio no es un tiempo fácil. Al menos para mí no lo fue. De hecho mi primer postparto fue algo caótico, un período en el que me costó entenderme.  Se abrieron puertas y los umbrales dejaron escapar todo lo guardado bajo siete llaves.  La erupción volcánica que ocurrió durante el parto, por más anestesiado que haya sido, no dejó piedra sobre piedra.  Me recuerdo con Manuel en brazos y la constante sensación de ir caminando sobre una cuerda floja.  Sentí la soledad absoluta en el camino y toda mi vida descarnada sobre mi cama, sobre mi ropa, sobre mi piel. La bebé que fui comenzaba a vivir su vida nuevamente. Ensimismada, recuerdo ver los ojos de Manuel cerrados durante el día en esa impasible estancia que me dio el vínculo más fuerte que había sentido conscientemente en mi vida.  En contraparte, la angustia sobre la noche y el llanto de mi bebé que no cesaba con nada.  Trataba de asirme de alguna estructura fuera esta horaria, temporal o racional, retomar mi vida.  ¿pero qué vida quería retomar? El desconsuelo me aprisionaba cada vez que pensaba que tendría que dejarlo para ir a trabajar.  No quería separarme jamás nunca de Manuel.  

Hoy se que su llanto era el mío, que se manifestaba a través de su ser, un llanto que nunca me permití en muchos años. Manuel lloraba y yo era un péndulo entre el amor más alto y la angustia más intensa. Días sin ducha. Mundos extraños acudían a mí, percepciones inexplicables más allá de mi razón corrían burlándose de mí.  Zozobra diaria y la sensación de no hacer nada bien.  No buscaba ayuda, pues yo no la necesitaba, tal como había aprendido a lo largo de mi vida.  El mundo emocional me poseía y el desequilibrio –según yo- era mi pan de cada día.  Creo que durante mi primer puerperio hace casi ocho años ya, se desataron a correr por doquier vivencias y penas mías.  Un gran espejo frente a mí.  Ahí en el llanto, en los días sin estructura, en el abismo sin tiempo, en el descontrol total de la vida, estaba yo atemorizada. Esto lo entiendo hoy.  En aquel momento fue más brumoso, de poca conciencia. ¿Qué fuera de una casa que jamás se abre, que no se limpia a menudo y en la que sus alfombras guardan polvo y secretos? ¿Qué sería de un hogar por el que el viento tiene caminos definidos sin el permiso de desviarse por debajo de los veladores y rincones? 

Mi identidad volvió a cambiar hace dos años. Ser mamá te cambia cada vez afortunadamente. Claro, cada ser humano que viene a este mundo es único e irrepetible. Con Gabriel tenía algo más de experiencia y algo más de conciencia.  Me dejé llevar. Guardé la razón, y quise sentir.  Abrí la puerta emocional tan machacada en este mundo sin tanto miedo esta vez.  Pero el miedo me volvió a arañar: la niña que fui lloró nuevamente en los umbrales, despertó en la noche llena de llanto por la soledad, una vez más el puerperio me tocaba nuevas teclas que advertían algún desamparo.  La lluvia de la desazón me cubrió y la sombría estancia una vez más me mostró sus telarañas.  Más detalles que trabajar y sanar. Me abracé, me sentí y me paré.  Abracé a mis padres y entendí la vida misma en sus brazos tejidos y en sus propios desamparos.  El viento comenzó a soplar y levantó el polvo de mi casa. Y los secretos volaron también. Corrí a abrir las ventanas. Despareció la senda y el viento voló libre por cualquier lado.  Una magia poderosa también despertó, y me guió a un mundo en el cual seguir creciendo.

Un par de niños juegan en mi casa y desbaratan todo por fortuna.  Tengo que limpiar a diario bajo los veladores y los rincones más intricados. Es un trabajo arduo e importante que implica dificultades y que me impone desafíos personales y emocionales que debo superar a diario. Una luz intensa recorre cada recoveco de mi hogar, de mi interior.  No quedan más adornitos antiguos en las mesitas de estar, se han roto todos.  Los sillones y las mesas han cambiado de lugar.  Aprendí a llorar aprendiendo y enfrentando, y hoy me levanto cualquier día sin tener o saber qué hacer y no me importa. No enmascaro mis temores y mis penas. Prohíbo que mi ímpetu no luche por lo que quiero y cumplo mis sueños en el intento por alcanzarlos.  Intento comprender lo que vivo a cada instante y la enseñanza que me deja hasta un plato de tallarines en el suelo.  Me miro al espejo y tengo compañía, dos pequeños maestros comiendo galletas y con los zapatos desabrochados me miran con sabiduría y sonriendo.  

El puerperio para toda mujer es una estancia que nos lleva a mundos interiores desconocidos.  Nuestro cerebro comienza a funcionar desde otra vereda para proteger a nuestra cría.  Se agudizan sentidos que antes dormían, y la sensibilidad sensorial es nuestro motor de protección.  Y es ahí donde podemos percibir aquellos otros mundos, aquellos que el mundo concreto y establecido llama locura.  Durante esta estancia es necesario procurar entender que el descanso, las pausas, lo lento, las sombras, el miedo, la inseguridad, el dolor no son valores negativos como nos lo han hecho creer, si no todo lo contrario, son aspectos que en nuestra gran acuarela nos hacen apreciar los claroscuros de la vida, nos muestran nuestros límites, nos señalan las heridas y todo lo que hay que sanar.  Aprendamos a pintar nuestra vida, aceptemos que necesitamos la ayuda de otros y  mirémonos al espejo sin miedo.

“Una puerta más que hay que abrir a golpes
hoy me siento muy bien conmigo
hoy quisiera tener testigos
que divulguen que hay alguien perdido encontrándose,
encontrándose
... 
Miguel Mateos




martes, 29 de octubre de 2013

Me empelota la violencia contra la mujer



Hace algunos días llegó a una esquina de una de las avenidas principales de Santiago y veo un inmenso cartel que propone una campaña del gobierno para frenar la violencia contra la mujer.  Grandes letras anuncian ‘Me empelota la violencia contra la mujer’ y a su lado aparece una mujer que trabaja en televisión “en pelotas” o desnuda.  Aplaudo la iniciativa de la campaña, pero no puedo tragármela así sin dejar de cuestionar la propuesta en general y en especial de la fotografía. 

Es un hecho que los desnudos en la publicidad cumplan con el ser el gancho más fácil y simple de llamar la atención.  Y aunque en esta campaña aparezcan hombres y hasta una ministra algo mayor sin ropa, creo que me vuelve a empelotar  la violencia misma que implica que una mujer tenga que llamar la atención con su desnudo. Aunque lo queramos maquillar de artístico o justifiquemos que también salen hombres o mujeres ‘mayores’. Y no es que esté en contra de una campaña contra de estas características, de hecho considero que toda campaña y esfuerzo que se haga para evitar la violencia son elementos altamente necesarios e importantes en nuestra sociedad.

La mujer que aparece en una de las fotos de la campaña sale en algún programa de televisión y lógicamente es muy guapa (o eso es lo que tenemos en nuestro imaginario). Dada las características de nuestra cultura, para llegar a ser catalogada de ‘muy guapa’ ha tenido que ‘mostrar’ sin duda su cuerpo, y en este caso su cuerpo desnudo viene a decirnos que miremos el cartel porque ella está ahí así.  Además hay un slogan que dice que a ella le molesta o ‘empelota’ la violencia contra la mujer.  En este punto, no me parece nada más violento que nosotras las mujeres tengamos que seguir ‘mostrando’ nuestro cuerpo desnudo o no (y estilizado), para poder demostrarle al mundo que somos guapas, que somos atractivas, que somos exitosas, que somos alguien, para atraer.  El culto al cuerpo femenino redondeado en ciertas partes y huesudos en otras es el pan de cada día, y es el parámetro de belleza que pocas de nosotras podremos alcanzar.  Ese mismo culto es el que nos lleva a la desaforada búsqueda de la etiqueta de ser bellas y jóvenes, y atractivas de un modo sexual.  ¿No es acaso violento que siempre las mujeres tengamos que estar complaciendo con nuestro cuerpo al resto del mundo?  Y en este punto es una complacencia meramente sexual orientada siempre al único leit motiv de nuestra cultura (y sobre todo en la parte publicitaria): el coito. 

Estoy convencida de que no hay peor violencia hacia la mujer que la que está soterrada en cualquier aspecto de nuestra cultura y que nosotras mismas llevamos como ‘algo normal’. El sistema que nos rodea promueve en gran parte la idea de que nuestros cuerpos –que tienen que ser jóvenes, esbeltos y hermosos-  son para complacer al resto, y que ese objetivo es prácticamente el único objetivo digno  aceptable de alcanzar.  Y no es que yo esté en contra de un cuerpo desnudo o de los desnudos artísticos como podríamos justificar este caso.  Lo que me empelota es que la mayoría de publicidad siempre trata de persuadir por medio de la promesas que las mujeres debemos hacer con nuestro cuerpo desnudo, por más solapado o más maquillado que quieran poner el mensaje para la ‘venta’ del producto y que esto sea tomado como algo totalmente normal. ¿Por qué siempre tenemos que emitir el mensaje mostrando partes del cuerpo desnudo? Seguir mostrando una mujer desnuda para promover la no violencia contra la mujer me parece que es seguir acentuando tristemente el mensaje sexual que emite cualquier publicidad hoy en día de la forma burda que tienen nuestros lugares comunes publicitarios.  Seguimos mostrando nuestra parte más hipócrita y contradictoria apelando una vez más a llamar la atención con el gancho más simple.   


Toda iniciativa que promueva sinceramente la no violencia contra la mujer es loable.  Sin embargo, antes de llegar y presentar el anzuelo tan burdo y tan violento como mostrar a una mujer desnuda en algún anuncio, deberíamos también plantearnos una reflexión profunda acerca de qué es lo que consideramos como violencia contra la mujer.  Seguimos viviendo en un sistema profundamente machista, con estructuras patriarcales intensamente remarcadas, en la cual la violencia contra la mujer está presente no solo en la relación de pareja o en lo doméstico. 

El maltrato hacia la mujer está implícito y explícito en cada mensaje que recibimos en la publicidad al mostrar mujeres y sus partes seductoras para vender cualquier cosa; en los medios que promueven los estereotipos a seguir de ‘mujeres perfectas e ideales’; en los sistemas laborales que castigan la maternidad y procesos femeninos naturales; en los sistemas sociales implacables con las exigencias que nos hacen como mujeres; en los sistemas económicos elitistas en los que la desigualdad entre hombres y mujeres es innegable; en la visión adultocéntrica y androcéntrica que nos envuelve; en las etiquetas y en las exigencias que nos alimentan como niñas, jóvenes, mujeres, madres, abuelas día a día.  Creo que nuestra creatividad publicitaria puede llevarnos a todos a pensar y reflexionar más allá de lo evidente. Eso sería promover un poco más el cuestionamiento de lo que es violencia contra la mujer, y con ello se podría hacer más en todos los ámbitos de nuestra cultura y nuestra forma de pensar, propiciando hechos concretos que promuevan la tolerancia, la empatía, la comprensión del ser humano en una forma íntegra y con ello fomentaríamos la no violencia en general y sobre todo la no violencia contra las mujeres.

Para que sigamos reflexionando no puedo dejar de citar las palabras de Clarissa Pinkola Estes “Una mujer no puede hacer más consciente su cultura diciendo ‘cambio’.  Sin embargo, ella si puede cambiar su propia actitud en relación hacia ella misma, disminuyendo de este modo las proyecciones que miran hacia afuera.  Una mujer consigue esto recuperando su cuerpo. Lo consigue no abandonando el gozo de su cuerpo natural,  no comprando la ilusión popular de que la felicidad solamente se otorga a aquellas con cierta configuración o edad, no esperando o reprimiéndose de hacer cualquier cosa, no dejando de retomar su vida real, y viviendo a plenitud, dejando fluir todo.  Esta dinámica de auto aceptación y auto estima es lo que empieza por cambiar las actitudes en una cultura”.

Tomemos conciencia. 

viernes, 11 de octubre de 2013

Trabajar y criar: el coraje de querer







Si arrastré por este mundo la vergüenza de haber sido y el dolor de ya no ser.
Bajo el ala del sombrero cuantas veces, embozada, una lágrima asomada yo no pude contener...
Si crucé por los caminos como un paria que el destino se empeñó en deshacer;
si fui flojo, si fui ciego, sólo quiero que hoy comprendan el valor que representa
el coraje de querer.
Cuesta Abajo
Carlos Gardel



Ilustración de Lucía Serrano del Libro "Asi te quiero mamá"


Recuerdo que un buen día se plantó ante mí la curiosa idea de criar a mis hijos estando yo en casa. Y si, una muy curiosa idea.  Sentía que las buenas voluntades a mi alrededor ayudándome a cuidar de mi hogar y de mis hijos no hacían más que dolerme y hacerme sentir un monigote pusilánime sin voluntad.  Por otro lado también me dolía el solo hecho de pensar en la vergüenza que implicaba que una profesional como yo pensara en dejar de trabajar “bien” para criar y estar en casa.  Las amenazas frente a esta curiosa idea no tardaron en llegar: que el dinero no les va alcanzar y no podrán darles una buena educación a los niños, que te aburrirás pronto, que perderás tu espacio, que tus hijos serán siempre dependientes de ti, que te perderás.  Así, entre otras ráfagas.  Afortunadamente, el miedo grabado lastimeramente en mis huesos, no pudo paralizarme esta vez.  Lo hice.  Dejé de trabajar en un empleo formal y enfrentar de otro modo el desafío económico. Ardua tarea. Dejé de trabajar porque quería seguir amamantando y cuidando yo misma a mi bebé, quería ser yo la que enseñara a leer y a escribir a mi hijo mayor. Di aquel tremendo paso al vacío, salir de mi zona de confort, abrazar la incertidumbre.  Porque en el mundo que vivimos y en las condiciones sociales en que nos desenvolvemos hoy,  dejar de trabajar para una mujer madre para criar a sus hijos, es una decisión temeraria, algo así como la decisión de un kamikaze.

Dentro de la maquinaria social y económica de la cual somos parte irreversiblemente, la apropiación de los tiempos de cada persona para utilizarlos al servicio del gran engranaje económico es el pan de cada día.  Los tiempos de cada individuo son valiosos en tanto y en cuanto producen.  Y el valor que se les otorga a esos tiempos no solo es a nivel monetario, sino también en valoración del éxito social.  ‘Eres’ en directa relación con lo que trabajas y tu trabajo determina en que zona de la pirámide de éxito te encuentras.  Estos parámetros cobijan diametralmente la vida de hombres y mujeres por igual.  Y en el caso de nosotras mujeres este hecho es un bisturí que nos escinde mortal e  irremediablemente. Nos observamos antagónicamente como mujeres-profesionales o bien mujeres-madres.  ‘Somos’ porque trabajamos de forma remunerada, y escondemos bajo la alfombra las labores que llegamos desesperadamente a hacer a casa por la tarde: el mantenimiento de la vida cotidiana, los cuidados domésticos, la crianza de los hijos.  Estamos definitivamente siempre definidas y determinadas. Y en nuestro caso lo correcto y lo prestigioso es trabajar fuera de casa porque eso te otorga una remuneración económica y estatus social, y tu trabajo en el hogar es algo que… simplemente tienes que hacer.  Desgaste seguro.  La sobrecarga de trabajo fuera más la culpa que se te inculca por todos los poros por ‘no estar con tus hijos’ sumado al cansancio que involucra el cuidado de tu hogar por la carga emocional que ello  conlleva es la verdadera recarga que llevamos las mujeres.  Partidas y sobrecargadas nos juzgamos incluso nosotras mismas y con ello caminamos renunciando a todo nuestro poder. Buscamos siempre complacer al resto, menos a lo que sentimos.

En mi caso tuve solo dos opciones: seguir trabajando en una oficina tiempo completo, o no trabajar de forma remunerada.  En la mayoría de los casos no hay términos medios. Nos siguen partiendo en dos. Y optar por dejar de trabajar te obliga a hacer varias otras renuncias: dejas prácticamente de ser un ente económico-social y con ello te quedas sin previsión médica, dejas de cotizar para tu jubilación, tus bolsillos se adelgazan considerablemente, entre otras cosas.  Te vuelves una paria, y el destino quiere deshacerte a punta de piedrazos con tu pelo sin peinar y tu cara sin maquillaje, porque el trabajo en casa es arduo y hay veces que no te deja tiempo para peinarte. Parece un triste desenlace.

Sin embargo, poco a poco te vas dando cuenta de que tu labor hogareña tampoco te deja tiempo para la angustia, pues tienes que levantarte sí o sí por las mañanas, porque nace un nuevo temple en ti, porque los niños te infunde una energía imprudente y bendita.   La valentía que te da la decisión intrépida de desafiar un sistema anti maternidad y que descalifica constantemente los cuidados domésticos y de crianza, es un insolencia que solo las mujeres podemos darnos el lujo de hacer.  El valor de sentir que las mujeres no somos seres partidos, que podemos trabajar, estudiar, ser madres y criar al unísono es un universo integral posible si tuviéramos un poco de comprensión y apoyo.  El coraje que nos infunde la potencialidad que tenemos de amar representa nuestra expansión máxima en las diversas actividades que podemos llevar a cabo.  Y este mundo puede ser otro si la idea de cuidar a nuestros hijos en casa con nuestro cuerpo sale a la luz, se visibiliza y deja de ser un espécimen en extinción.  Es posible hacer un cambio radical en nuestros estilos de vida si la idea escindida de aquella mujer que siempre tiene que renunciar a algo para hacer lo que realmente siente desaparece para siempre de nuestro imaginario.   

Estoy convencida de que es necesario cambiar la visión que tenemos como sociedad acerca del trabajo, sobre todo del trabajo que hacemos las mujeres.  Sea este remunerado o de cuidado en el hogar, cualquier trabajo es dignificador y altamente necesario.  No creo que existan trabajos de mayor o menor categoría.  Cambiar esta visión empieza desde casa, el punta pie inicial debemos darlo las mujeres haciendo el cambio interno y sintiendo que los quehaceres internos, sean estos personales u hogareños, y principalmente las actividades que conlleva la crianza de los niños – y hablo de una crianza presente -  son labores altamente gratificantes y llenas de riqueza para el grupo familiar en un ambiente cooperativo.   Por otra parte, si los sistemas laborales abrieran sus puertas a la idea de esquemas de trabajo más flexibles para las madres, las mujeres podríamos conciliar de una forma más íntegra y mucho más honesta, teniendo libertades para elegir opciones que concuerden sinceramente con lo que sentimos. 


Amamanto al más pequeño mientras enseño a escribir a mi hijo mayor, los artículos para el blog bullen en mi cabeza y las oportunidades para realizar mil actividades que me interesan y me apasionan florecen por doquier.  El miedo por su parte sigue instaurado en mi, aunque he decidido conscientemente mantener su jaula con candado. Miro de frente cada amenaza que aparece.  En eso,  miro a mis niños y pronto descubro que la primavera ha llegado y que hoy hice una promesa para ir al parque a jugar a la pelota.  


Este texto aparece en la Tercera Edición de la Revista Espacio Mamaluz dedicada a la Semana Mundial de la Crianza en Brazos.  
No se la pierdan!! http://issuu.com/espaciomamaluz/docs/revistamamaluz3

miércoles, 2 de octubre de 2013

El puerperio en el siglo XXI

Ilustración de Jazmin Varela


He estado un poco atareada este último tiempo, con muchos proyectos y con una infinidad de cambios.  Gabriel pronto cumplirá 2 años y con esto  estaría yo terminando mi puerperio, si este dura efectivamente 2 años como dice Laura Gutman.  Mi niño está muy grande y no puedo dejar de sentir algo de nostalgia por ir dejando atrás esa fusión emocional intensa de los primeros días. Pero también van abriéndose nuevos caminos y nuevos desafíos, y siento que la transformación que ocurre durante el puerperio puede seguir su curso y crecer. 

A continuación les dejo un texto de Laura Gutman acerca del puerperio que las mujeres enfrentamos hoy en día.   Reflexiones importantes a la hora de tomar conciencia de que los que nos pasa cuando nacen nuestros hijos son sensaciones y vivencias que vivimos en soledad, pero que les ocurren a todas las mujeres del siglo XXI.  Interesante! 

El puerperio en el siglo XXI

El puerperio es considerado usualmente como un período de desequilibrio para la mujer que dura alrededor de 40 días después del parto, tiempo que fue estipulado -ya no sabemos por quién ni para quién- y que responde a una histórica veda moral para salvar a la parturienta del reclamo sexual del varón. Pero ese tiempo cronológico no significa psicológicamente un comienzo ni un final de nada.

Personalmente, considero que el puerperio, en realidad es el período transitado entre el nacimiento del bebé y los dos primeros años, aunque emocionalmente haya una diferencia evidente entre el caos de los primeros días, la capacidad de salir al mundo con un bebé a cuestas o el vínculo con un bebé que ya camina.

Estos dos años tienen que ver con el período de completa “fusión emocional” entre la madre y el bebé, es decir, con la sensación de la madre de vivir dentro de las percepciones y experiencias del bebé, sintiéndose “desdoblada física y emocionalmente”. ¿Por qué dos años? Es posible reconocer en el niño el lento despegue de la fusión emocional, alrededor de los dos años de edad, cuando puede empezar a nombrarse a sí mismo como un ser separado, cuando puede decir “yo”. La madre vive una situación análoga, pero sin tanta consciencia. De hecho, alrededor de los dos años del niño, toda madre también recupera ese “ahora soy yo misma”, sintiendo deseos genuinos de “volver a ser la de antes”, con intereses y proyectos que no incluyen necesariamente al niño.

Mi intención, por lo tanto, es que reflexionemos sobre el puerperio basándonos en situaciones que a veces no son ni tan físicas, ni tan visibles, ni tan concretas, pero no por eso son menos reales. Se trata de abordar la cualidad invisible del puerperio, el sub-mundo femenino, los campos emocionales, lo que nos sucede aunque no lo podamos abordar con palabras concretas.

Básicamente quiero recalcar que las mujeres merecemos obtener cuidados, comprensión, aceptación y protección, traduciendo de este modo que lo que nos pasa internamente, “es correcto” y no hay nada diferente que tendría que suceder. Con un bebé en brazos, habiendo atravesado un parto, en plena desestructuración emocional, bajo los efectos de la pérdida de nuestra identidad; lo menos que podemos anhelar es estar desorientadas. Por eso necesitamos acompañamiento y permisos para aprender a navegar el puerperio que viene en formato invisible, sin bordes, sin horarios, sin lógica y sin razón.

En sociedades donde las mujeres se hacían cargo comunitariamente de la crianza de los niños mientras los hombres se ocupaban enteramente de procurar el alimento, el puerperio funcionaba como un tiempo de reposo y de atención exclusiva para el recién nacido. No había apuro para abandonar ese estado de entrega y silencio, de leche y fluidos.

Nuestra realidad social es otra. Vivimos en familias nucleares, en departamentos pequeños, a veces alejados de nuestras familias primarias y en ciudades donde no es tan fácil reemplazar a una comunidad de mujeres que alivian las tareas domésticas y construyen una red invisible de apoyo. Sin embargo todas las puérperas necesitamos esa red para no desmoronarnos a causa de las heridas físicas y emocionales que nos dejó el parto. Por otra parte, es evidente que 40 días es demasiado poco para recuperarnos, sobre todo cuando no hay nadie defendiendo las necesidades impostergables de la díada mamá-bebé, no hay una comunidad femenina para cuidarnos y además la mayoría de las mujeres somos expulsadas tempranamente al trabajo.

El panorama es desalentador para las mujeres modernas y urbanas, aunque pensemos que esto hace parte de la liberación femenina: en realidad no hay verdadera elección, casi nadie está en condiciones de decidir cuánto tiempo necesita quedarse con el bebé y cuándo es el momento adecuado para cada una para reincorporarse a la vida laboral. Y esto no está sólo pautado por las necesidades económicas, muchas veces reales. Sino sobre todo por una identidad construida casi integralmente en el ámbito del desarrollo laboral, y por lo dificultoso que resulta quedarnos sin referentes en el terreno de las emociones, la conexión con la interioridad, el contacto corporal, el tiempo fuera del tiempo y prácticamente nadie para acompañarnos en esta expulsión de hecho de la vida “normal”.

Por eso sería pertinente ofrecer información realista con respecto a las sorpresas que nos depara el puerperio a varones y mujeres. Tenemos que difundir con mayor precisión los conceptos sobre la naturaleza de la fusión emocional entre la madre y el recién nacido, sobre las necesidades específicas de una mujer puérpera y sobre los cuidados indispensables que debe recibir. De esta manera cada pareja podrá determinar si está en condiciones de generar el cuidado necesario tanto para la madre como para el bebé, o si necesitan buscar fuera del núcleo familiar ayudas complementarias.

A las mujeres nos corresponde también encontrar nuevas maneras de integrar nuestro propio desarrollo personal y la maternidad, de un modo que sea saludable, acorde a los tiempos que vivimos, pero sobre todo, completamente honesto con nuestro ser esencial.


Laura Gutman

jueves, 5 de septiembre de 2013

Una verdadera bendición: Entendiendo el poder de la menstruación

Soy traductora de profesión y hoy he vuelto a recordar lo apasionante que puede ser la actividad de traducir, sobre todo en temas que son para mi muy importantes.  A continuación les dejo un texto importante que encontré de Alexandra Pope, una psicoterapeuta australiana considerada un referente mundial en salud femenina basada en un profundo conocimiento del ciclo menstrual. Es autora de “The wild genie” sobre el poder curativo de la  menstruación, co-autora de  “The Pill: Are you sure it´s for you? (La píldora: ¿estás segura que es para ti?) en el que aborda los mitos de la contracepción y explica los riesgos y desventajas de la píldora anticonceptiva y otros métodos hormonales.
Que lo disfruten!



Una verdadera bendición: Entendiendo el poder de la menstruación
Por Alexandra Pope, 2002
Traducción: Paulina Martínez Puebla

El ciclo menstrual, el barómetro sensible al estrés en una mujer, es un sistema altamente sofisticado para medir/sentir el bienestar físico y psicológico.  La menstruación es un momento iniciático.  Las mujeres pueden potencialmente tener una apertura hacia un estado de conciencia alterado muy intenso, otorgándoles una especie singular de poder, el poder que entrega la autoconciencia, el sentimiento profundo, la sabiduría interna, la intuición.  Un poder que va madurando con el pasar de cada ciclo menstrual. 

A muchas mujeres puede sonarles extraño hablar del ciclo menstrual y de la menstruación como algo tan útil y poderoso, más allá de la potencialidad que tiene para concebir bebés.  Esto no es sorprendente.  Por mucho tiempo, las mujeres hemos sido oprimidas y reducidas en relación a nuestro cuerpo. Si reflexionamos un poco, caemos en cuenta de que para crecer profesionalmente tenemos que negar la vida que acompaña a nuestros úteros y silenciar nuestra autoridad emocional interna por el miedo a que se nos catalogue como una ‘pérdida’ o una persona ‘no racional’, en otras palabras, que se nos etiquete como ‘no inteligentes’.  La palabra ‘hysteria’ viene de la palabra útero en griego, hustera.  Nuestros úteros fueron vistos como órganos inestables, haciéndonos a nosotras inestables.  Y a pesar de que la ciencia médica ha avanzado en aquellas nociones que datan aproximadamente desde el siglo XV, en la actualidad todavía perdura la sensación de que las mujeres somos seres esencialmente impredecibles y no confiables debido a su ciclo menstrual. 

No es de extrañarse que las mujeres tengan mucho cuidado a la hora de expresar alguna facultad que no provenga del intelecto.  Es decir, una facultad que provenga desde su saber interno, desde la plenitud de los sentidos y de la naturaleza sensual.  Las emociones han ganado algo de valor desde hace algunos años atrás.  Hace muy poco el concepto de inteligencia emocional saltó a la palestra, y solo ahora que la Ciencia (lo masculino) descubrió grandes evidencias  es que las Emociones (lo femenino) han podido ganar respeto! 

Tomará todavía algún tiempo para que seamos capaces de iniciar nuevamente nuestra apertura hacia la experiencia plena disponible para nosotras durante la menstruación.  Primeramente, es importante reconocer que los ciclos son prácticamente la base de la vida. Los ciclos son medios a través de los cuales la naturaleza y los humanos se regeneran.  Ir en contra de ellos es una receta segura para el desastre.  El atender a los ciclos nos aporta riqueza y conexión con la vida.  Las mujeres que medican su ciclo menstrual por medio de la Píldora están en peligro no solo de dañar su salud física, sino que también están en riesgo de castrar las profundidades de su naturaleza interna.  Hay algo que nunca se sentirá completo. 

Las tendencias en la fase ovulatoria del ciclo están más focalizadas en lo externo, lo lineal, en la parte izquierda del cerebro, con sentimientos de claridad (estabilidad emocional) y sensación de productividad, con toda la energía para otros.

A medida que entramos en la fase menstrual del ciclo, las mujeres tendemos a volvernos más focalizadas en lo interno.  La transición a este estado interior está frecuentemente marcada por sentimientos de irritabilidad, ira, agobio, mayor ensoñación y vaguedad.  A menudo percibimos a la gente a nuestro alrededor como irritantes. Los opuestos se amplifican.  Por ejemplo, puedes sentirte impulsada o con mucha energía en un momento y luego inmediatamente sentir exactamente lo opuesto, volviéndote a la deriva y entrar en ensoñación.  Un sentimiento de intencionalidad puede alejarse para ser reemplazado por un cuestionamiento acerca de la vida.  Esto también puede tomar forma de crítica o cuestionamiento hacia uno mismo o hacia otros, o llegar incluso a una simple depresión.  Igualmente, también hay momentos de expansión e incluso de paz (si no estás tan ocupada o sobrecargada), sentimientos de apasionamiento, intuición aguda, habilidad psíquica, y mayor intensidad de los sueños.  La característica dominante de esta fase es la sensibilidad.  Nos volvemos más permeables tanto hacia nuestro interior como hacia el mundo externo.

Irónicamente, el poder de la menstruación proviene desde un aspecto que usualmente condenamos en nosotras mismas hoy en día: esta aguda sensibilidad, la cual es una apertura maravillosa al sentimiento y al espíritu.  Si pudiéramos vivir esta apertura con una gran aceptación, experimentaríamos la iluminación y sabiduría interna impregnando la totalidad de nuestra vida.  Nuestros sentimientos profundos son ellos mismo una inteligencia impresionante, una forma de saber, a veces profética que va más allá de las realidades superficiales.  Sin nuestra capacidad de sentir profundamente y con claridad, incluyendo el percibir lo sentimientos “negativos”, la vida carecería de significado e intimidad, de éxtasis y felicidad.  

La sensibilidad se extiende más allá de la superficie de nuestra alma, animándonos a examinarnos y desafiándonos a nosotras mismas y al mundo en el que vivimos.  Si los objetivos se perciben demasiado abrumadores y la sensibilidad durante la menstruación se vuelve muy agobiante, no debemos ni condenarnos nosotras mismas ni a la menstruación.  Eso sería como cerrarle la puerta al mensajero.  En lugar de ello debemos aprender a valorar y aprovechar el poder que viene desde nuestra gran apertura.  Es necesario crear un altar para las formas femeninas de conocer o percibir, aquellas que pueden rastrear un sentimiento, escuchar el instinto de las entrañas, notificar las sincronicidades, captar los flashes intuitivos y reconocer las conexiones entre todas las cosas.  El intelecto tiene un increíble alcance y sabiduría gracias a estas habilidades de conocimiento. 

Es mucho lo que se adormeció, amortiguó y aplanó en nuestra vida durante la era post industrial y de alta tecnología.  Solamente hay que ver la prisa con la que vivimos la mayoría de nosotros y la consecuente fatiga que ésta genera, las mismas que caracterizan de una forma triste nuestros sentidos y nuestro espíritu.  La menstruación es una vuelta al cuerpo y a la consiguiente revitalización de esos sentidos. Podemos encontrar muchas distracciones inevitables en la medida que “re entramos” o “re conectamos” y volvemos a despertar, metafóricamente  y literalmente, las terminaciones nerviosas.  Yo siento que mucha de la rabia y frustración premenstrual es una indignación del alma ante la cantidad de “falta de alma” que existe en la actualidad, inclusive en los entornos espirituales.  La vida de nuestros cuerpos sensuales, cuerpos de éxtasis, se ve erosionada fácilmente desde cualquier ángulo.  Sin la vivencia de nuestros “cuerpos”: la vitalidad de nuestros sentidos, el placer de nuestros ricos y complejos sentimientos, perdemos nuestra humanidad. 

En las tradiciones nativas Americanas se dice que la mujer re-sueña o vuelve a soñar el mundo cuando sangra.  La revitalización de todos sus sentidos le permite “ver” el mundo nuevamente con nuevos ojos.  Ella se ve privilegiada en ese momento de extraordinaria intimidad, con la particularidad de las cosas, como si ella estuviera sintiendo con todo su ser. Los momentos de epifanía, amplitud y visión son de ella.

La intensidad de la menstruación va a variar de mujer en mujer dependiendo de cada temperamento individual y disposición a cortejar la vida desde nuestros cuerpos. Todas tenemos nuestra propia forma de vivirlo.  Mientras las cualidades que describo son un determinado hecho, ya que vienen de manera espontánea, la tarea de una es darles espacio.  No se imaginen que pueden continuar de la misma forma que antes… trabajando, trabajando, trabajando.  La quietud, el silencio y la soledad así como el cuidado y el amor por ti misma son los aliados en este proceso.  Para algunas de ustedes puede ser un proceso más tranquilo y más sutil, para otras puede ser increíblemente intenso.  Muchos de nuestros síntomas son la parte sombría del no entendimiento de las fuerzas contra las que luchamos en ese momento del ciclo.  Aquellas que sufren menstrualmente cargan las ‘voces’ desposeídas de la menstruación de todas nosotras. 

Mensualmente una mujer tiene la oportunidad de cultivar la facultad interna de su cuerpo a través del ciclo menstrual.  Las enseñanzas de  los nativos Americanos establecen que en la menarquía la mujer entra en su poder, la mujer practica ese poder durante los años en que menstrúa y en la menopausia ella se vuelve ese poder.  El verdadero poder viene de nuestra capacidad de viajar tanto en los mundos internos como externos, para experimentar las profundidades emocionales y espirituales en conjunto con nuestra rigurosidad intelectual.  Esto es verdad para hombres y mujeres.  Las mujeres somos bendecidas con un proceso interno, el ciclo menstrual, que nos recuerda y apoya esas capacidades.  Este es un gran regalo.  Una verdadera bendición.

Ver el original en: http://www.wildgenie.com/articles_fs.html