viernes, 18 de enero de 2013

En casa dormimos todos juntos



Sí, en mi casa todos dormimos en la misma cama: papá, mamá y dos niños.  Y dormimos de lo más bien y a pata suelta, como se dice.  Para el bebé tenemos una cuna adosada a la cama, la cual a veces ocupa, otras no y otras nos sirve para contener ropa, juguetes, libros, etc.  Y cuando papá está muy cansado o trabaja hasta tarde ocupa la cama de Manuel que tenemos en la habitación contigua.  Pero en general todos dormimos en la misma cama, y dormimos bien, y creo que es una de las mejores cosas que nos ha pasado como familia.

Eso sí, no todas las noches son iguales.

Mis dos hijos me han enseñado que a veces el sueño o la regulación del mismo, no es cosa fácil.  Es decir, no es cosa fácil para nosotros a los adultos entender el sueño de los bebés ya que tenemos rutinas de sueños establecidas y estructuradas, y cuando nos enfrentamos a ciclos de sueño de un bebé acostumbrándose a su nueva vida nos puede causar mucha frustración y muchas veces aprendemos o tenemos que entender a la fuerza que el sueño no se controla. 

En mi caso, mi hijo mayor me enseñó a que a veces uno puede pasar una noche completa sin dormir, y que finalmente uno no se muere.  Manuel lloró mucho por las noches frente a unos padres primerizos que se angustiaban a morir y no sabían qué hacer.  Muchas veces recibimos consejos diciendo que dejarlo llorar era bueno para sus pulmones, o que era bueno que aprendiera a dormir solito para que se hiciera independiente, o que no debería manipularnos con su llanto por las noches.  Jamás pudimos dejarlo llorar solo en su cuna (la que luego solo sirvió para juntar ropa, juguetes, etc.). Así que por las noches yo le daba teta todo lo que quisiera y así aprovechábamos de tranquilizarnos y dormir los dos, o bien papá lo paseaba, o bien ambos le cantábamos.  Siempre en nuestra cama. Esa fue nuestra forma de acompañar a Manuel en su proceso a la hora de dormir: brazos, contención, canto, lactancia, calor de nido.  Así aprendimos a que las noches con los bebés son todas distintas.  Finalmente llegó un día en el que durmió toda la noche, y luego llegó otro día que quiso dormir solo en su cama.

Cuando llegó Gabriel se inició una nueva etapa de aprendizaje: él dormía siempre cuatro horas seguidas por la noche.  Nosotros padres roncábamos de felicidad con estas cuatro horas totalmente reparadoras.  Así que dormíamos a pata suelta, Gabriel en la cuna adosada a nuestra cama, nosotros en ésta y Manuel en su cama.  Sin embargo, pronto notamos que Manuel empezó a sentirse extraño en la pieza contigua. Claro, la llegada de su hermano hizo de nuestra pieza un nuevo nido, y por supuesto, él no quiso quedar fuera.  Así que nuestra cama lo recibió de vuelta con las sábanas abiertas, y dormimos los cuatro a pata suelta.  Cuando Gabriel despertaba, tomaba teta y seguíamos todos durmiendo sin problema.

Eso sí, no todas las noches fueron iguales.

Hoy Gabriel, ya más grande, cambió sus ciclos de sueño.  Hay noches en las que despierta a las 12 pm con toda la energía y juega fácil hasta las 4 am.  Nuestra estrategia ha sido jugar con él, pasearlo en brazos, cantarle, darle teta, pues como puedes obligar a dormir a un niño que claramente no tiene sueño? Entonces esperamos a que llegue el sueño y ahí sí, dormimos nuevamente todos. Bueno, Manuel duerme ya toda la noche, así que muchas veces nos trasladamos con Gabriel a la otra pieza para no molestarlo, o bien dejo que Manuel y papá duerman, pues papá tiene que salir a trabajar al otro día. Como digo, no todas las noches son iguales, pero siempre se busca la forma de obtener un sueño reparador para toda la familia, y se logra. 

En esta casa, nosotros los padres hemos decidido acompañar a nuestros hijos en sus procesos madurativos como lo es en este caso el sueño, de una forma respetuosa, cariñosa, ofreciendo siempre nuestro cuerpo y calor para darles la contención y seguridad que necesitan.  Me alegra mucho no separarnos por las noches ni siquiera unos metros, me gusta mucho que ellos sientan que están siendo cuidados y protegidos desde cerca y que eso los tranquilice y les ayude a dormir sin miedo y sin lágrimas.  No entiendo por qué hay muchas personas que divulguen que lo mejor es la separación de la familia a la hora de dormir. De hecho nunca he visto que una pajarita haga nidos en otras ramas para que ahí duerman sus crías, o que una coneja haga madrigueras distintas para ir poniendo ahí a sus conejitos. Todo lo contrario, en el nido duermen todos juntos y en la madriguera también duermen las crías y su madre juntas.  Los seres humanos no somos máquinas, somos mamíferos y por las noches necesitamos dormir acompañados, acurrucarnos, sentirnos seguros y protegidos para obtener un sueño reparador. 

En mi casa todos dormimos juntos y no todas las noches son iguales. Y si alguien tiene miedo a la oscuridad, nos abrazamos; si alguien tiene frío se le tapa; si alguien tiene hambre come. Y si alguien no tiene sueño, se le acompaña.

Y ya sé que muchos se preguntan y muchas veces se preocupan por el tema de la “intimidad” de la pareja.  Y en eso soy bien tajante: no creo que la vida sexual de una pareja pase por dormir o no solos en una cama y tampoco creo que el bienestar de la pareja pase por tener o no relaciones sexuales. Siento que la sexualidad humana no se reduce al coito simplemente.  La sexualidad y la intimidad es bastante más amplia, y el bienestar de una pareja también se fortalece cuando se amplía a vivir otros parajes que trae la vida familiar y la vida con hijos.  La visión de que solo el sexo une necesariamente a la pareja o que sin él la pareja se desarma, es ver la vida desde una perspectiva demasiado pobre y simple para mi gusto. La vida en pareja claramente tiene más aristas enriquecedoras. El placer de sentir la protección y el cariño se vive en pareja, y para ello hay que tener la conciencia y la madurez acerca de las etapas que nos toca vivir. 

Y claro, no todas las noches tienen por que ser siempre iguales. 


viernes, 11 de enero de 2013

Esta maternidad no es fácil

Oswaldo Guayasamin 


Siempre he pensado que nos tocó una maternidad compleja, y con esto no digo que otras maternidades de otras épocas hayan sido sencillas.  Justamente ayer leía cómo fue la cruenta integración de la mujer al campo laboral luego del advenimiento de la industrialización, y vaya que en ese tiempo deben haber sufrido mucho madres e hijos. No me habría gustado ser madre en ese tiempo.  Lo que quiero plantear hoy es que las madres de ahora enfrentamos la maternidad, si bien con comodidades en muchos sentidos, también nos toca enfrentar dificultades que quizás mujeres anteriormente ni siquiera llegaron a vislumbrar.

Uno de los puntos clave que considero debemos enfrentar actualmente es el cuidado emocional de nuestros hijos y como las formas de crianza ayudan o no en ese camino. Entonces comenzamos un estudio personal acucioso de nuestra propia emocionalidad y la forma en que fuimos criados.  Abrimos obligadamente el estudio de las formas de crianza antiguas, observamos indefectiblemente como nuestras abuelas criaron a nuestros padres, y quizás podemos hasta cuestionarnos históricamente como fueron criadas esas propias abuelas.  Y en todas esas crianzas, sin juzgarlas en absoluto, encontramos la carencia emocional sembrada por doquier.  Quizás la época ameritaba otro tipo de cuidados para los niños, cuidados que eran más importantes en aquel tiempo.   Lo cierto es que la evolución nos ha parado hoy frente a un camino en el que, si queremos empezar a sanar heridas antiguas, nos obliga a hacer una lectura de cada vivencia y de los métodos con los que nos criaron.  Y nos damos cuenta que esto tiene una cola larga y que si queremos que nuestros hijos hagan el cambio y terminen esa cadena, debemos hacer un esfuerzo grande para empezar a sanarnos nosotras mismas.

Desde que empecé mi lectura acerca de crianza consciente me he ido dando cuenta, y a veces incluso con mucha pesadumbre, de ver las estructuras patriarcales tan arraigadas en la formas de crianza que hemos heredado. De cómo éstas se van replicando generación tras generación. Microscópicamente he verificado la presencia de la relación de poder vertical con los niños, que siempre ataca al desarme emocional para conseguir la tan ansiada obediencia o lograr que hagan lo que nosotros los adultos consideramos lo mejor para ellos. Esto es pan de cada día, hasta los momentos más amorosos, crudamente o de forma desapercibida, salta a la vista.

En mi caso, los objetos de observación son las abuelas que rondan mi alrededor.  A veces, la observación es algo más lejana y quizás más objetiva. Otras es más cercana y subjetiva.  Al tener dos niños varones en casa, la postura en cuanto a tratarlos es inmediatamente machista y se cuela en cada palabra, en cada gesto que se les propina cuando ellos emprenden o dicen algo.  Por ejemplo, cuando lloran es mejor que no lloren porque NO son niñitas, o bien si quieren ayudar en algún quehacer doméstico son desplazados porque no es para ellos, y ni hablar si alguno prefiere un zapatito color rosa o no quiere definitivamente saludarles con un beso. El chantaje emocional con un ‘no te compro lo que quieres si no te portas bien o no haces lo que te digo ahora’ es un lugar común en la expresión del afecto.  También es posible constatar muchas veces la búsqueda incesante de llenar vacíos (propios?) a través de la compra de juguetes ‘de los más caros para ti mi vida’.  Y casi sin sorpresa comparo cuando tratan con niñas, por ejemplo con unas primitas de mis hijos, el trato por ser mujeres es diametralmente distinto.  Inmediatamente, el discurso se llena con descalificación por ser curiosas, o preguntonas, o porque saltan más que los míos, o porque no ser portan como ‘señoritas’.  Y no es que estas abuelas sean malas mujeres, al contrario, son nobles personas, pero llevan selladas en su piel la forma que a ellas mismas las criaron, y vaya como las criaron por ser mujer.  Y lo sé, porque yo también soy mujer y hoy observo cómo hemos sido criadas. 

Para ser más precisa y minuciosa, cuando observo la crianza que me corresponde, ahí la cosa se vuelve más temeraria.  La forma que tiene mi madre de tratar a los niños me llega más de cerca, porque es la misma forma con la que me criaron.   Y no es que yo haya tenido una mala madre, sin embargo, también mi madre arrastra la forma de cómo a ella la criaron.  La descalificación y el chantaje emocional son algunos de los lugares comunes en sus formas.  La búsqueda intensa de quebrar la voluntad de mis hijos cuando quieren algo o se les ocurren cosas de niños es también el irremediable remedio para lograr obediencia.  Los ‘por tonto te pasa’, ‘te portas tan mal’ya viene el llorón’este niñito no come nada’ o la búsqueda intensa de desarmar por medio de la descalificación o la mención de las falencias o defectos, son claras marcas que vienen repitiéndose generación tras generación.  Tuve una buena niñez, sin embargo fui criada bajo esta estructura, de la cual muchas veces yo misma no he podido escapar. Las abuelas tampoco han podido escapar de la misma estructura o cadena de crianza.  Es todo un desafío enfrentarse al cómo a una la criaron, porque en la toma de conciencia van apareciendo tantas heridas que nos van marcando.

Y con todo esto vuelvo y repito,  no digo que las abuelas sean mujeres malas que no quieren a mis hijos.  Al contrario, tengo el profundo convencimiento que ellas aman por sobre todas las cosas a sus dos nietos.  Es solo que la forma de entregar el afecto a ellas también les llegó de esa manera, y en su generación velar por el aspecto más emocional no fue la prioridad.  Ellas mismas tuvieron que enfrentar otros aspectos igual o más o menos complejos a la hora de criarnos.  Y asimismo ocurrió con sus abuelas, bisabuelas, etc. en cada una de sus épocas.

A nosotras nos toca la tarea de observar y enfrentar estos aspectos. Tarea nada fácil, pues al zambullirse en los anales de nuestra propia historia, encontraremos que la forma de entregar el amor que te dio tu familia quizás no fue la óptima. Habrá cosas que uno ha guardado porque no ha querido verlas o no ha querido sentir más dolor. La bondad de hacer una introspección en las líneas de crianza, nos lleva a la toma de consciencia inevitable de nosotros mismos.  Si decidimos pararnos desde la comprensión y la compasión, dejando de lado la rabia y los juicios o las condenas podemos hacer muchos cambios en nuestra propia forma de criar.  Y es que no queremos repetir los aspectos negativos y por ello no debemos dejar allí escondidos nuestros dolores. Si los dejamos ir, también podemos dejar ir los dolores de otros.  Es necesario abrazar a esa niñita o ese niñito que lloró cuando no podía dormir y sus padres no acudieron. Es necesario tranquilizarlos, para luego ir donde sus padres e intentar entender porque ese día no acudió ante el llanto de su hijo.  Quizás esos padres también estaban llorando o también necesitaron el abrazo de sus padres.  Vaya trabajo.  Pero es necesario revisarlo y hacer ese ejercicio, porque no queremos que nuestros hijos cuando crezcan tengan ese vacío de un abrazo y un beso cuando lloraron, o que crezcan pensando que ‘por tontos’ les ocurren las cosas, o que crean que para calmar una pataleta sea lo mejor tirarles agua fría.

Esta maternidad no es fácil, pero a pesar de todo, puede llegar a ser nuestra experiencia más gratificante si queremos crecer como seres humanos. Creo que el enfrentar nuestras propias carencias y dolores, así como mirar en retrospectiva nuestras líneas familiares intentando comprenderlas y asumirlas,  nos puede ayudar a superar y sanear viejos paradigmas.  De esta forma, intentamos no repetir hacia adelante las mismas estructuras de crianza que ya no pueden seguir vigentes.  El tener conciencia de la forma en que criamos puede llevarnos a entender y colmar de cariño nuestras propias insuficiencias.  Gracias a esto tendremos también la capacidad guiar de una forma respetuosa a los nuevos seres para que vivan colmados de amor, pisando con seguridad personal, con una alta autoestima y conscientes de ellos mismos y de los que los rodean.

jueves, 3 de enero de 2013

Cuida de mis sueños




Hace algunos días encontré esta preciosa canción en la web, y su letra me conmovió mucho y he decidido empezar el 2013 escuchándola y compartiéndola con todos ustedes!! 





Cuídame
Pedro Guerra y Jorge Drexler

Cuida de mis labios, Cuida de mi risa, Llévame en tus brazos, Llévame sin prisa

No maltrates nunca mi fragilidad, Pisare la tierra que tu pisas, Pisare la tierra que tu pisas

Cuida de mis manos, Cuida de mis dedos, Dame la caricia, Que descansa en ellos

No maltrates nunca mi fragilidad, Yo seré la imagen de tu espejo, Yo seré la imagen de tu espejo

Cuida de mis sueños, Cuida de mi vida, Cuida a quien te quiere, Cuida a quien te cuida

No maltrates nunca a mi fragilidad, Yo seré el abrazo que te alivia, Yo seré el abrazo que te alivia

Cuida de mis ojos, Cuida de mi cara, Abre los caminos, Dame las palabras

No maltrates nunca mi fragilidad, Soy la fortaleza de mañana, Soy la fortaleza de mañana

Cuida de mis sueños, Cuida de mi vida, Cuida a quien te quiere, Cuida a quien te cuida

No maltrates nunca a mi fragilidad, Yo seré el abrazo que te alivia, Yo sere el abrazo que te alivia

No maltrates nunca a mi fragilidad, Yo seré el abrazo que te alivia