viernes, 11 de enero de 2013

Esta maternidad no es fácil

Oswaldo Guayasamin 


Siempre he pensado que nos tocó una maternidad compleja, y con esto no digo que otras maternidades de otras épocas hayan sido sencillas.  Justamente ayer leía cómo fue la cruenta integración de la mujer al campo laboral luego del advenimiento de la industrialización, y vaya que en ese tiempo deben haber sufrido mucho madres e hijos. No me habría gustado ser madre en ese tiempo.  Lo que quiero plantear hoy es que las madres de ahora enfrentamos la maternidad, si bien con comodidades en muchos sentidos, también nos toca enfrentar dificultades que quizás mujeres anteriormente ni siquiera llegaron a vislumbrar.

Uno de los puntos clave que considero debemos enfrentar actualmente es el cuidado emocional de nuestros hijos y como las formas de crianza ayudan o no en ese camino. Entonces comenzamos un estudio personal acucioso de nuestra propia emocionalidad y la forma en que fuimos criados.  Abrimos obligadamente el estudio de las formas de crianza antiguas, observamos indefectiblemente como nuestras abuelas criaron a nuestros padres, y quizás podemos hasta cuestionarnos históricamente como fueron criadas esas propias abuelas.  Y en todas esas crianzas, sin juzgarlas en absoluto, encontramos la carencia emocional sembrada por doquier.  Quizás la época ameritaba otro tipo de cuidados para los niños, cuidados que eran más importantes en aquel tiempo.   Lo cierto es que la evolución nos ha parado hoy frente a un camino en el que, si queremos empezar a sanar heridas antiguas, nos obliga a hacer una lectura de cada vivencia y de los métodos con los que nos criaron.  Y nos damos cuenta que esto tiene una cola larga y que si queremos que nuestros hijos hagan el cambio y terminen esa cadena, debemos hacer un esfuerzo grande para empezar a sanarnos nosotras mismas.

Desde que empecé mi lectura acerca de crianza consciente me he ido dando cuenta, y a veces incluso con mucha pesadumbre, de ver las estructuras patriarcales tan arraigadas en la formas de crianza que hemos heredado. De cómo éstas se van replicando generación tras generación. Microscópicamente he verificado la presencia de la relación de poder vertical con los niños, que siempre ataca al desarme emocional para conseguir la tan ansiada obediencia o lograr que hagan lo que nosotros los adultos consideramos lo mejor para ellos. Esto es pan de cada día, hasta los momentos más amorosos, crudamente o de forma desapercibida, salta a la vista.

En mi caso, los objetos de observación son las abuelas que rondan mi alrededor.  A veces, la observación es algo más lejana y quizás más objetiva. Otras es más cercana y subjetiva.  Al tener dos niños varones en casa, la postura en cuanto a tratarlos es inmediatamente machista y se cuela en cada palabra, en cada gesto que se les propina cuando ellos emprenden o dicen algo.  Por ejemplo, cuando lloran es mejor que no lloren porque NO son niñitas, o bien si quieren ayudar en algún quehacer doméstico son desplazados porque no es para ellos, y ni hablar si alguno prefiere un zapatito color rosa o no quiere definitivamente saludarles con un beso. El chantaje emocional con un ‘no te compro lo que quieres si no te portas bien o no haces lo que te digo ahora’ es un lugar común en la expresión del afecto.  También es posible constatar muchas veces la búsqueda incesante de llenar vacíos (propios?) a través de la compra de juguetes ‘de los más caros para ti mi vida’.  Y casi sin sorpresa comparo cuando tratan con niñas, por ejemplo con unas primitas de mis hijos, el trato por ser mujeres es diametralmente distinto.  Inmediatamente, el discurso se llena con descalificación por ser curiosas, o preguntonas, o porque saltan más que los míos, o porque no ser portan como ‘señoritas’.  Y no es que estas abuelas sean malas mujeres, al contrario, son nobles personas, pero llevan selladas en su piel la forma que a ellas mismas las criaron, y vaya como las criaron por ser mujer.  Y lo sé, porque yo también soy mujer y hoy observo cómo hemos sido criadas. 

Para ser más precisa y minuciosa, cuando observo la crianza que me corresponde, ahí la cosa se vuelve más temeraria.  La forma que tiene mi madre de tratar a los niños me llega más de cerca, porque es la misma forma con la que me criaron.   Y no es que yo haya tenido una mala madre, sin embargo, también mi madre arrastra la forma de cómo a ella la criaron.  La descalificación y el chantaje emocional son algunos de los lugares comunes en sus formas.  La búsqueda intensa de quebrar la voluntad de mis hijos cuando quieren algo o se les ocurren cosas de niños es también el irremediable remedio para lograr obediencia.  Los ‘por tonto te pasa’, ‘te portas tan mal’ya viene el llorón’este niñito no come nada’ o la búsqueda intensa de desarmar por medio de la descalificación o la mención de las falencias o defectos, son claras marcas que vienen repitiéndose generación tras generación.  Tuve una buena niñez, sin embargo fui criada bajo esta estructura, de la cual muchas veces yo misma no he podido escapar. Las abuelas tampoco han podido escapar de la misma estructura o cadena de crianza.  Es todo un desafío enfrentarse al cómo a una la criaron, porque en la toma de conciencia van apareciendo tantas heridas que nos van marcando.

Y con todo esto vuelvo y repito,  no digo que las abuelas sean mujeres malas que no quieren a mis hijos.  Al contrario, tengo el profundo convencimiento que ellas aman por sobre todas las cosas a sus dos nietos.  Es solo que la forma de entregar el afecto a ellas también les llegó de esa manera, y en su generación velar por el aspecto más emocional no fue la prioridad.  Ellas mismas tuvieron que enfrentar otros aspectos igual o más o menos complejos a la hora de criarnos.  Y asimismo ocurrió con sus abuelas, bisabuelas, etc. en cada una de sus épocas.

A nosotras nos toca la tarea de observar y enfrentar estos aspectos. Tarea nada fácil, pues al zambullirse en los anales de nuestra propia historia, encontraremos que la forma de entregar el amor que te dio tu familia quizás no fue la óptima. Habrá cosas que uno ha guardado porque no ha querido verlas o no ha querido sentir más dolor. La bondad de hacer una introspección en las líneas de crianza, nos lleva a la toma de consciencia inevitable de nosotros mismos.  Si decidimos pararnos desde la comprensión y la compasión, dejando de lado la rabia y los juicios o las condenas podemos hacer muchos cambios en nuestra propia forma de criar.  Y es que no queremos repetir los aspectos negativos y por ello no debemos dejar allí escondidos nuestros dolores. Si los dejamos ir, también podemos dejar ir los dolores de otros.  Es necesario abrazar a esa niñita o ese niñito que lloró cuando no podía dormir y sus padres no acudieron. Es necesario tranquilizarlos, para luego ir donde sus padres e intentar entender porque ese día no acudió ante el llanto de su hijo.  Quizás esos padres también estaban llorando o también necesitaron el abrazo de sus padres.  Vaya trabajo.  Pero es necesario revisarlo y hacer ese ejercicio, porque no queremos que nuestros hijos cuando crezcan tengan ese vacío de un abrazo y un beso cuando lloraron, o que crezcan pensando que ‘por tontos’ les ocurren las cosas, o que crean que para calmar una pataleta sea lo mejor tirarles agua fría.

Esta maternidad no es fácil, pero a pesar de todo, puede llegar a ser nuestra experiencia más gratificante si queremos crecer como seres humanos. Creo que el enfrentar nuestras propias carencias y dolores, así como mirar en retrospectiva nuestras líneas familiares intentando comprenderlas y asumirlas,  nos puede ayudar a superar y sanear viejos paradigmas.  De esta forma, intentamos no repetir hacia adelante las mismas estructuras de crianza que ya no pueden seguir vigentes.  El tener conciencia de la forma en que criamos puede llevarnos a entender y colmar de cariño nuestras propias insuficiencias.  Gracias a esto tendremos también la capacidad guiar de una forma respetuosa a los nuevos seres para que vivan colmados de amor, pisando con seguridad personal, con una alta autoestima y conscientes de ellos mismos y de los que los rodean.

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