Que
los paradigmas están cayendo es un hecho. Y los paradigmas interiores también. Es necesario que así sea.
Luego
de vivir unos treintaytantos en este mundo, para mí la operación es simple: se
encargan de anular por completo nuestra autoestima con el objetivo de que
nuestra individualidad y su poder quede sepultado bajo el miedo, la angustia y
la desconexión. Nos manejan. Así nuestra necesidad de creer en algo en lugar de
conectarse con el verdadero ser que existe –y que tenemos la certeza de que
existe porque conocemos sus bordes fuera y dentro de esta realidad y somos
nosotros mismos- nos engancha en una
serie de artificios externos que no ofrecen más que un relleno falso. Lo sentimos y no queremos pensarlo. Y nos preguntamos por qué tanta angustia y
tanta sensación de vacío permanente.
Esto nos ocurre a todos por igual. Venimos de una cadena de desconexión:
nuestras madres y padres han tenido también su autoestima baja en la larga
cadena histórica que nos resguarda.
En
el caso de nosotras las mujeres los métodos son igual de cruentos. Nos imponen modelos de bellezas bien
artificiales o de muñeca plástica algo difíciles de alcanzar. Las que pueden alcanzarlo vuelven a quedar en
lo vacío, pues es una belleza que no busca otra cosa que agradar o
complacer a lo que impúdicamente le
llaman el “sexo opuesto”. Y nos vuelven
a poner de contrincantes, unos contra otros, hombre contra mujeres. Volvemos a
seguir obedientemente este mandato externo con un talle correcto, deseoso de
perfección (impuesta) y siempre inflexible.
Con esta filosofía nos llega la idea de que si engordamos somos feas, si somos morenas o bajas queremos ser altas y
rubias, si nos cambia el ánimo somos histéricas, si estamos menstruando estamos
“indispuestas”, si nuestros pechos no son del gusto masculino no somos
deseables. Nos odiamos por cada una de las imperfecciones que creemos acarrear.
Descalificamos una vez más nuestro verdadero ser porque nos bombardean con
descalificación. Nos sentimos perdidas, extrañas, desoídas y una vez más
vacías. La fórmula funciona: nuestra autoestima está para pisotearla.
La
maternidad en nosotras merece un párrafo enorme. En la adolescencia e incluso durante la niñez
nos tatúan con que algún día llegará la preñez y este cuco horrendo cortará
nuestros sueños, nuestros proyectos personales y será nuestro fin. El fin de
nuestra “libertad”. Y la libertad se va
cerniendo en la competencia y en la búsqueda de un éxito para demostrarle al otro ‘quien soy yo’. Éxito externo.
El afán que tenemos por demostrarle al mundo –una vez más al mundo externo- que
pensamos igual que nuestro sexo “opuesto” nos hace una vez más complacer a
otros. Entramos al mercado laboral,
donde somos iguales a nuestros contrincantes.
Hacemos leyes que van en contra de nuestra naturaleza femenina y nuestra
soberbia nos dice que está bien que nos midan con esa misma vara, total somos
iguales. Seguimos con el temor al
monstruo materno que puede hacernos perder nuestro trabajo, nuestra figura,
nuestra comodidad con la que creemos ser muy felices. Hemos conquistado aquél mundo externo, quizás
con nuestra belleza y ahora con nuestro
intelecto. En la demostración se nos
olvida una vez más que estamos complaciendo a lo externo, a lo que se dice y a
lo que hay que hacer para ser exitosa. Y
queremos creer que ese éxito que está allá afuera es lo que nos hará felices
interna y eternamente. Volvemos a odiarnos si no alcanzamos el éxito, y si lo
alcanzamos nos odiamos por que no podemos llegar más arriba aún.
Sin
embargo, el gran cuco se nos aparece y
se hace el milagro de la vida. Y
tenemos la certeza de que el ser que está dentro nuestro existe y tomamos
conciencia de que también existimos. Reconocemos
nuestros bordes y los bordes del pequeño forastero. Aparece un vestigio de la autoestima que nos
han pisoteado. Amamos ese ser pese a todos los espantos que nos inculcaron. Y
con el amor a ese ser, nos amamos nosotras mismas. Una autoestima que comienza
a sanar, si lo permitimos. Puede que no
queramos y aún así el amor nos rodea por todos los flancos. Luchamos. El mundo
externo hará lo suyo: la desconexión con el bebé a toda costa. Nos pondrá
tiempos marcados y medidos para estar con él,
guarderías infantiles, cochecitos, mamaderas y la idea que la
independencia personal debe ser lo más temprano posible. Desconexión y una vez
más nuestra autoestima, aquella que dio su luz cuando nos percatamos de nuestra
existencia y la de nuestro hijo, es
buscada para exterminarla.
La
certeza de que existimos nos la dan nuestros hijos o nosotras mismas, nuestro cuerpo. No necesitamos creer en nada más que en
nosotras. Si buscamos ardides
y levantamos la vista más allá de los convencionalismos vacíos con los que
hemos sido sellados, podemos recuperar nuestra autoestima y nuestro poder. Y el poder lo retomamos por medio de la
reconexión con nosotras y así de inmediato la conexión con nuestros hijos. Creamos en lo que existe –que somos nosotros
y nuestros hijos- y creamos en ellos y en su poder. Creamos en nuestra
naturaleza y en nuestro poder. Qué les
parece si rompemos aquel paradigma femenino que nos roe ahora? Qué les parece si comenzamos a gozar de
nuestra vida ahora?
Bueno sigo creyendo que pensamos bastante igual y que no soy la única en el mundo que cambió como persona al nacer mis hijas.Excelente y verdadero post.Besos.
ResponderEliminarMil gracias por tu comentario!! Todas crecemos tanto cuando nos convertimos en madre!! es una verdadera alquimia!! Te abrazo!
EliminarMuy buen post. Estoy de acuerdo con gran parte. Lo que también me pregunto es si es que nos imponen eso, o es algo que va surgiendo, según las reglas con las que se maneja esta sociedad... Creo que más que alguien de afuera que nos viene a decir "no importa cómo seas, tenés que hacer y ser así" es más el sistema, que se fue construyendo. Está en nosotras creo, con o sin hijos, despertar a esa conciencia de que lo verdadero está más dentro que fuera nuestro, y que sin esa conexión con "el adentro" cualquier logro externo es vacío. Pasa que quizás, el hecho de ser madres en este momento histórico nos pone entre la espada y la pared, y eso nos hace reflexionar para poder tomar decisiones. El hecho de decidir cómo y dónde parir, cómo criar a tus hijos, volver a un trabajo lejos de tus hijos o no..., a todo eso nos enfrenta la maternidad y nos hace decidir, y para decidir, despertar... Aunque se puede despertar, creo yo, sin haber sido madres, de alguna otra manera.
ResponderEliminarCelebro tu post y arriba la autoestima, mujeres!
Mil gracias Samantha! y me hago las mismas preguntas que tú y muchas veces no entiendo de donde salen esas imposiciones y de cómo nosotras las mujeres dejamos que nos dominen o nos domine un sistema que no se si piensa maquivelicamente solo o bien también lo construimos nosotras. Me inclino y quiero pensar que es esto último, pues en este si hay una buena traza de esperanza, porque es a través de nuestra conciencia que podemos hacer el cambio. Y concuerdo contigo totalmente que el cambio está en nosotras, con hijos o sin ellos, y me gusta hacer hincapié en que la maternidad es un gran motor para el empoderamiento, pero tengo muy claro que no es el único, las mujeres tenemos tantos motores y darse cuenta de ello es lo mas enriquecedor que he sentido este ultimo tiempo!! Gracias por tu comentario, acertadísimo!!
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