“… como una gota de
agua
que en otra gota
descansa”
Gabriela Mistral
Blanca
Nieve en la casa de los enanos
Hay madrugadas en la que
despierto en medio de la oscuridad sintiendo que mi hijo busca mi pecho. Ahí en ese mismo momento siento mi
respiración profunda, el resuello de mi hijo mamando y el calor rodeando y
protegiéndonos. Puedo sentir en mis manos las palpitaciones que la vida hoy ha
querido regalarnos. Siento en mi pecho el líquido imperturbable que emana generoso
y mágico obsequiándonos un minuto más de plenitud. Amamanto y siento que soy
poseedora de un gran privilegio, amamanto y tomo conciencia de que en los días
que corren la lucha que involucra el amamantar no es fácil de enfrentar.
Como la de muchas, mi
primera historia de lactancia fue tortuosa.
Me dolió en lo más profundo de mi alma cuando el pediatra me dijo que
debería darle leche de tarro porque mi hijo no engordaba. Me dolió no tener ningún apoyo de las mujeres
que me rodeaban porque ellas mismas pensaban que la leche de tarro era lo
mejor. Así, en medio de mi
desinformación y mi falta de apoyo decidí seguir mi instinto casi de forma
clandestina, y continué luchando por amamantar a mi hijo. Conseguí en ese
momento una lactancia mixta. Llegado el
año, factores desgraciados y exteriores conjuraron para que el destete se diera. ‘Ya esta grandecito’ dijeron también. Procuré, casi sin saberlo, que el proceso fuera
lo más respetuoso para mi bebé. Pero no lo fue para mí. El dolor aquel aún lo
siento. Recuerdo la última vez que mi bebé tomo de mi pecho y del diálogo que
ambos establecimos para entender las circunstancias por las que debíamos
pasar. En su corta edad entendió como un
sabio lo que yo no pude entender. Por aquél
entonces yo sé que mi historia extravió un gran hito de equilibrio. Mi leche se
secó y algo en mí se marchitó.
Mi segunda lactancia se
inició conmigo revestida de mucha más confianza. Así lo sentía yo. Sin tanto
dolor, sin tanto temor, con mi experiencia previa. Me sentía verdaderamente
como un manantial de leche blanca, de oro líquido. Pero vino nuevamente la pediatra a decirme
que mi niño no estaba subiendo de peso y que nuevamente debería darle leche de
tarro. Todos mis brujos y flores marchitas
salieron para mi espanto. Golpe certero contra mi autoestima. En ese mismo instante
también acudieron pronto mis cucos de tener que volver a trabajar. No sé cómo no bajé la guardia. No quería perder la lactancia y no dejaría
que nada me detuviera como lo hice la primera vez. Libré una nueva batalla tan difícil como las
otras.
Hoy en día, creo que amamantar
es un verdadero privilegio. Hoy una
mujer que amamanta de forma consecuente con su ser interno y su sentimiento
maternal es una mujer que ha logrado concientizar la sabiduría de su cuerpo
femenino y ha logrado mantenerse y nadar contra corriente. Corriente muy fuerte
por cierto. Pero la tozudez y la determinación femenina no siempre son factores
suficientes y no siempre habrá mujeres que tengan tan claro lo que significa la
lactancia. A veces la cultura viene con
sus plásticos, sus horarios laborales estrictos e inflexibles, con leches
fáciles de preparar y sus ideas de ‘hacerte la vida más fácil’, con sus ideas
de mujer independiente y niño autónomo ojalá a semanas de vida. Estas ideas son más fuertes y condicionantes
frente al escaso apoyo que tenemos en general.
La verdad es que es difícil desenredarnos de tanta idea preconcebida que
descalifica nuestra naturaleza y nuestra leche. ¡Desde nuestras bisabuelas,
abuelas, madres llevamos años viviendo con estas ideas! En estas condiciones se
inician nuestras lactancias que se vuelven caminos difíciles y que no todas
logramos concretar.
A veces me pregunto por qué
se ha desacreditado tanto nuestra leche.
Un alimento que no sólo protege al bebé y a la mujer de numerosas
enfermedades, si no que tiene un sinfín de ventajas y beneficios para todo el
mundo, es un verdadero regalo que cada mamá e hijo debería disfrutarlo a
destajo. Asimismo, la lactancia representa
un hito importante dentro de la sexualidad femenina y creo que debería ser un
firme derecho que todas las mujeres debemos reivindicar y que esta sociedad –si
quiere catalogarse de civilizada- debe reconocer, apoyar y promover. La creación
de redes de apoyo, el mejoramiento de la asistencia profesional que las madres
embarazadas y lactantes reciben, y por sobre todo la educación que recibimos
las mujeres desde niñas deberían ser por lo menos prioridades en las políticas
públicas que ayudarían a que amamantar fuera un derecho y no una batalla
cruenta como las que nos toca enfrentar hoy en día.
Cierro los ojos y observo
mis madrugadas, mi sensación se preña y siento mi pecho lleno y la vida misma
transcurre en ese minuto de inspiraciones desbordadas: con mi hijo al pecho y
el abrazo de su hermano. Mis lactancias no fueron fáciles porque mi ser mujer
se formó en una sociedad que siempre descalificó y pisoteó eso mismo, mi ser
mujer. En algún sentido mi tozudez me ayudó para que la batalla de mis
lactancias me hiciera sentir hoy el gozo y el privilegio que tengo de poder
amamantar. Pero los depredadores siguen al acecho: mi hijo tiene casi dos años
y ya tengo recomendaciones de destete. La
lucha debe continuar. Continuar porque en este mundo cada día debe haber más
mujeres e hijos que puedan disfrutar sin luchas, sin temores y sin tabúes de lo
que les pertenece por excelencia: el contacto y la leche materna.
Texto publicado en la Segunda Edición Revista Espacio Mamaluz
Maravilloso .... mucha razón en que no debería ser una lucha, si no un derecho consagrado. Yo dí pecho hasta los dos años de mi hijo Cristóbal, habría seguido, pero la desinformación y tras hacerle caso a una nutricionista ... plun ... yo igual siento un vacío ... que habría sido si hubiéramos continuado.
ResponderEliminarGracias por tú experiencia y entregar esta parte de tú alma...
Gracias a ti Carolita por tu visita y palabras!!
Eliminargracias por compartir tus sentires. Yo tuve mi bebé hace tres meses y a pesar de que me encuentro bien informada y luchadora, a veces es terrible la presion externa por todas las creencias y prejuicios que se le hacen a una mamá primeriza o reciente. Y la inevitable sensacion de influenciarse por todas esas opiniones que quieren llevarte a la independencia tuya y de tu bebé lo antes posible. Una lucha que sólo será ganada cuando gane la intuición por sobre la razón.
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