martes, 29 de octubre de 2013

Me empelota la violencia contra la mujer



Hace algunos días llegó a una esquina de una de las avenidas principales de Santiago y veo un inmenso cartel que propone una campaña del gobierno para frenar la violencia contra la mujer.  Grandes letras anuncian ‘Me empelota la violencia contra la mujer’ y a su lado aparece una mujer que trabaja en televisión “en pelotas” o desnuda.  Aplaudo la iniciativa de la campaña, pero no puedo tragármela así sin dejar de cuestionar la propuesta en general y en especial de la fotografía. 

Es un hecho que los desnudos en la publicidad cumplan con el ser el gancho más fácil y simple de llamar la atención.  Y aunque en esta campaña aparezcan hombres y hasta una ministra algo mayor sin ropa, creo que me vuelve a empelotar  la violencia misma que implica que una mujer tenga que llamar la atención con su desnudo. Aunque lo queramos maquillar de artístico o justifiquemos que también salen hombres o mujeres ‘mayores’. Y no es que esté en contra de una campaña contra de estas características, de hecho considero que toda campaña y esfuerzo que se haga para evitar la violencia son elementos altamente necesarios e importantes en nuestra sociedad.

La mujer que aparece en una de las fotos de la campaña sale en algún programa de televisión y lógicamente es muy guapa (o eso es lo que tenemos en nuestro imaginario). Dada las características de nuestra cultura, para llegar a ser catalogada de ‘muy guapa’ ha tenido que ‘mostrar’ sin duda su cuerpo, y en este caso su cuerpo desnudo viene a decirnos que miremos el cartel porque ella está ahí así.  Además hay un slogan que dice que a ella le molesta o ‘empelota’ la violencia contra la mujer.  En este punto, no me parece nada más violento que nosotras las mujeres tengamos que seguir ‘mostrando’ nuestro cuerpo desnudo o no (y estilizado), para poder demostrarle al mundo que somos guapas, que somos atractivas, que somos exitosas, que somos alguien, para atraer.  El culto al cuerpo femenino redondeado en ciertas partes y huesudos en otras es el pan de cada día, y es el parámetro de belleza que pocas de nosotras podremos alcanzar.  Ese mismo culto es el que nos lleva a la desaforada búsqueda de la etiqueta de ser bellas y jóvenes, y atractivas de un modo sexual.  ¿No es acaso violento que siempre las mujeres tengamos que estar complaciendo con nuestro cuerpo al resto del mundo?  Y en este punto es una complacencia meramente sexual orientada siempre al único leit motiv de nuestra cultura (y sobre todo en la parte publicitaria): el coito. 

Estoy convencida de que no hay peor violencia hacia la mujer que la que está soterrada en cualquier aspecto de nuestra cultura y que nosotras mismas llevamos como ‘algo normal’. El sistema que nos rodea promueve en gran parte la idea de que nuestros cuerpos –que tienen que ser jóvenes, esbeltos y hermosos-  son para complacer al resto, y que ese objetivo es prácticamente el único objetivo digno  aceptable de alcanzar.  Y no es que yo esté en contra de un cuerpo desnudo o de los desnudos artísticos como podríamos justificar este caso.  Lo que me empelota es que la mayoría de publicidad siempre trata de persuadir por medio de la promesas que las mujeres debemos hacer con nuestro cuerpo desnudo, por más solapado o más maquillado que quieran poner el mensaje para la ‘venta’ del producto y que esto sea tomado como algo totalmente normal. ¿Por qué siempre tenemos que emitir el mensaje mostrando partes del cuerpo desnudo? Seguir mostrando una mujer desnuda para promover la no violencia contra la mujer me parece que es seguir acentuando tristemente el mensaje sexual que emite cualquier publicidad hoy en día de la forma burda que tienen nuestros lugares comunes publicitarios.  Seguimos mostrando nuestra parte más hipócrita y contradictoria apelando una vez más a llamar la atención con el gancho más simple.   


Toda iniciativa que promueva sinceramente la no violencia contra la mujer es loable.  Sin embargo, antes de llegar y presentar el anzuelo tan burdo y tan violento como mostrar a una mujer desnuda en algún anuncio, deberíamos también plantearnos una reflexión profunda acerca de qué es lo que consideramos como violencia contra la mujer.  Seguimos viviendo en un sistema profundamente machista, con estructuras patriarcales intensamente remarcadas, en la cual la violencia contra la mujer está presente no solo en la relación de pareja o en lo doméstico. 

El maltrato hacia la mujer está implícito y explícito en cada mensaje que recibimos en la publicidad al mostrar mujeres y sus partes seductoras para vender cualquier cosa; en los medios que promueven los estereotipos a seguir de ‘mujeres perfectas e ideales’; en los sistemas laborales que castigan la maternidad y procesos femeninos naturales; en los sistemas sociales implacables con las exigencias que nos hacen como mujeres; en los sistemas económicos elitistas en los que la desigualdad entre hombres y mujeres es innegable; en la visión adultocéntrica y androcéntrica que nos envuelve; en las etiquetas y en las exigencias que nos alimentan como niñas, jóvenes, mujeres, madres, abuelas día a día.  Creo que nuestra creatividad publicitaria puede llevarnos a todos a pensar y reflexionar más allá de lo evidente. Eso sería promover un poco más el cuestionamiento de lo que es violencia contra la mujer, y con ello se podría hacer más en todos los ámbitos de nuestra cultura y nuestra forma de pensar, propiciando hechos concretos que promuevan la tolerancia, la empatía, la comprensión del ser humano en una forma íntegra y con ello fomentaríamos la no violencia en general y sobre todo la no violencia contra las mujeres.

Para que sigamos reflexionando no puedo dejar de citar las palabras de Clarissa Pinkola Estes “Una mujer no puede hacer más consciente su cultura diciendo ‘cambio’.  Sin embargo, ella si puede cambiar su propia actitud en relación hacia ella misma, disminuyendo de este modo las proyecciones que miran hacia afuera.  Una mujer consigue esto recuperando su cuerpo. Lo consigue no abandonando el gozo de su cuerpo natural,  no comprando la ilusión popular de que la felicidad solamente se otorga a aquellas con cierta configuración o edad, no esperando o reprimiéndose de hacer cualquier cosa, no dejando de retomar su vida real, y viviendo a plenitud, dejando fluir todo.  Esta dinámica de auto aceptación y auto estima es lo que empieza por cambiar las actitudes en una cultura”.

Tomemos conciencia. 

viernes, 11 de octubre de 2013

Trabajar y criar: el coraje de querer







Si arrastré por este mundo la vergüenza de haber sido y el dolor de ya no ser.
Bajo el ala del sombrero cuantas veces, embozada, una lágrima asomada yo no pude contener...
Si crucé por los caminos como un paria que el destino se empeñó en deshacer;
si fui flojo, si fui ciego, sólo quiero que hoy comprendan el valor que representa
el coraje de querer.
Cuesta Abajo
Carlos Gardel



Ilustración de Lucía Serrano del Libro "Asi te quiero mamá"


Recuerdo que un buen día se plantó ante mí la curiosa idea de criar a mis hijos estando yo en casa. Y si, una muy curiosa idea.  Sentía que las buenas voluntades a mi alrededor ayudándome a cuidar de mi hogar y de mis hijos no hacían más que dolerme y hacerme sentir un monigote pusilánime sin voluntad.  Por otro lado también me dolía el solo hecho de pensar en la vergüenza que implicaba que una profesional como yo pensara en dejar de trabajar “bien” para criar y estar en casa.  Las amenazas frente a esta curiosa idea no tardaron en llegar: que el dinero no les va alcanzar y no podrán darles una buena educación a los niños, que te aburrirás pronto, que perderás tu espacio, que tus hijos serán siempre dependientes de ti, que te perderás.  Así, entre otras ráfagas.  Afortunadamente, el miedo grabado lastimeramente en mis huesos, no pudo paralizarme esta vez.  Lo hice.  Dejé de trabajar en un empleo formal y enfrentar de otro modo el desafío económico. Ardua tarea. Dejé de trabajar porque quería seguir amamantando y cuidando yo misma a mi bebé, quería ser yo la que enseñara a leer y a escribir a mi hijo mayor. Di aquel tremendo paso al vacío, salir de mi zona de confort, abrazar la incertidumbre.  Porque en el mundo que vivimos y en las condiciones sociales en que nos desenvolvemos hoy,  dejar de trabajar para una mujer madre para criar a sus hijos, es una decisión temeraria, algo así como la decisión de un kamikaze.

Dentro de la maquinaria social y económica de la cual somos parte irreversiblemente, la apropiación de los tiempos de cada persona para utilizarlos al servicio del gran engranaje económico es el pan de cada día.  Los tiempos de cada individuo son valiosos en tanto y en cuanto producen.  Y el valor que se les otorga a esos tiempos no solo es a nivel monetario, sino también en valoración del éxito social.  ‘Eres’ en directa relación con lo que trabajas y tu trabajo determina en que zona de la pirámide de éxito te encuentras.  Estos parámetros cobijan diametralmente la vida de hombres y mujeres por igual.  Y en el caso de nosotras mujeres este hecho es un bisturí que nos escinde mortal e  irremediablemente. Nos observamos antagónicamente como mujeres-profesionales o bien mujeres-madres.  ‘Somos’ porque trabajamos de forma remunerada, y escondemos bajo la alfombra las labores que llegamos desesperadamente a hacer a casa por la tarde: el mantenimiento de la vida cotidiana, los cuidados domésticos, la crianza de los hijos.  Estamos definitivamente siempre definidas y determinadas. Y en nuestro caso lo correcto y lo prestigioso es trabajar fuera de casa porque eso te otorga una remuneración económica y estatus social, y tu trabajo en el hogar es algo que… simplemente tienes que hacer.  Desgaste seguro.  La sobrecarga de trabajo fuera más la culpa que se te inculca por todos los poros por ‘no estar con tus hijos’ sumado al cansancio que involucra el cuidado de tu hogar por la carga emocional que ello  conlleva es la verdadera recarga que llevamos las mujeres.  Partidas y sobrecargadas nos juzgamos incluso nosotras mismas y con ello caminamos renunciando a todo nuestro poder. Buscamos siempre complacer al resto, menos a lo que sentimos.

En mi caso tuve solo dos opciones: seguir trabajando en una oficina tiempo completo, o no trabajar de forma remunerada.  En la mayoría de los casos no hay términos medios. Nos siguen partiendo en dos. Y optar por dejar de trabajar te obliga a hacer varias otras renuncias: dejas prácticamente de ser un ente económico-social y con ello te quedas sin previsión médica, dejas de cotizar para tu jubilación, tus bolsillos se adelgazan considerablemente, entre otras cosas.  Te vuelves una paria, y el destino quiere deshacerte a punta de piedrazos con tu pelo sin peinar y tu cara sin maquillaje, porque el trabajo en casa es arduo y hay veces que no te deja tiempo para peinarte. Parece un triste desenlace.

Sin embargo, poco a poco te vas dando cuenta de que tu labor hogareña tampoco te deja tiempo para la angustia, pues tienes que levantarte sí o sí por las mañanas, porque nace un nuevo temple en ti, porque los niños te infunde una energía imprudente y bendita.   La valentía que te da la decisión intrépida de desafiar un sistema anti maternidad y que descalifica constantemente los cuidados domésticos y de crianza, es un insolencia que solo las mujeres podemos darnos el lujo de hacer.  El valor de sentir que las mujeres no somos seres partidos, que podemos trabajar, estudiar, ser madres y criar al unísono es un universo integral posible si tuviéramos un poco de comprensión y apoyo.  El coraje que nos infunde la potencialidad que tenemos de amar representa nuestra expansión máxima en las diversas actividades que podemos llevar a cabo.  Y este mundo puede ser otro si la idea de cuidar a nuestros hijos en casa con nuestro cuerpo sale a la luz, se visibiliza y deja de ser un espécimen en extinción.  Es posible hacer un cambio radical en nuestros estilos de vida si la idea escindida de aquella mujer que siempre tiene que renunciar a algo para hacer lo que realmente siente desaparece para siempre de nuestro imaginario.   

Estoy convencida de que es necesario cambiar la visión que tenemos como sociedad acerca del trabajo, sobre todo del trabajo que hacemos las mujeres.  Sea este remunerado o de cuidado en el hogar, cualquier trabajo es dignificador y altamente necesario.  No creo que existan trabajos de mayor o menor categoría.  Cambiar esta visión empieza desde casa, el punta pie inicial debemos darlo las mujeres haciendo el cambio interno y sintiendo que los quehaceres internos, sean estos personales u hogareños, y principalmente las actividades que conlleva la crianza de los niños – y hablo de una crianza presente -  son labores altamente gratificantes y llenas de riqueza para el grupo familiar en un ambiente cooperativo.   Por otra parte, si los sistemas laborales abrieran sus puertas a la idea de esquemas de trabajo más flexibles para las madres, las mujeres podríamos conciliar de una forma más íntegra y mucho más honesta, teniendo libertades para elegir opciones que concuerden sinceramente con lo que sentimos. 


Amamanto al más pequeño mientras enseño a escribir a mi hijo mayor, los artículos para el blog bullen en mi cabeza y las oportunidades para realizar mil actividades que me interesan y me apasionan florecen por doquier.  El miedo por su parte sigue instaurado en mi, aunque he decidido conscientemente mantener su jaula con candado. Miro de frente cada amenaza que aparece.  En eso,  miro a mis niños y pronto descubro que la primavera ha llegado y que hoy hice una promesa para ir al parque a jugar a la pelota.  


Este texto aparece en la Tercera Edición de la Revista Espacio Mamaluz dedicada a la Semana Mundial de la Crianza en Brazos.  
No se la pierdan!! http://issuu.com/espaciomamaluz/docs/revistamamaluz3

miércoles, 2 de octubre de 2013

El puerperio en el siglo XXI

Ilustración de Jazmin Varela


He estado un poco atareada este último tiempo, con muchos proyectos y con una infinidad de cambios.  Gabriel pronto cumplirá 2 años y con esto  estaría yo terminando mi puerperio, si este dura efectivamente 2 años como dice Laura Gutman.  Mi niño está muy grande y no puedo dejar de sentir algo de nostalgia por ir dejando atrás esa fusión emocional intensa de los primeros días. Pero también van abriéndose nuevos caminos y nuevos desafíos, y siento que la transformación que ocurre durante el puerperio puede seguir su curso y crecer. 

A continuación les dejo un texto de Laura Gutman acerca del puerperio que las mujeres enfrentamos hoy en día.   Reflexiones importantes a la hora de tomar conciencia de que los que nos pasa cuando nacen nuestros hijos son sensaciones y vivencias que vivimos en soledad, pero que les ocurren a todas las mujeres del siglo XXI.  Interesante! 

El puerperio en el siglo XXI

El puerperio es considerado usualmente como un período de desequilibrio para la mujer que dura alrededor de 40 días después del parto, tiempo que fue estipulado -ya no sabemos por quién ni para quién- y que responde a una histórica veda moral para salvar a la parturienta del reclamo sexual del varón. Pero ese tiempo cronológico no significa psicológicamente un comienzo ni un final de nada.

Personalmente, considero que el puerperio, en realidad es el período transitado entre el nacimiento del bebé y los dos primeros años, aunque emocionalmente haya una diferencia evidente entre el caos de los primeros días, la capacidad de salir al mundo con un bebé a cuestas o el vínculo con un bebé que ya camina.

Estos dos años tienen que ver con el período de completa “fusión emocional” entre la madre y el bebé, es decir, con la sensación de la madre de vivir dentro de las percepciones y experiencias del bebé, sintiéndose “desdoblada física y emocionalmente”. ¿Por qué dos años? Es posible reconocer en el niño el lento despegue de la fusión emocional, alrededor de los dos años de edad, cuando puede empezar a nombrarse a sí mismo como un ser separado, cuando puede decir “yo”. La madre vive una situación análoga, pero sin tanta consciencia. De hecho, alrededor de los dos años del niño, toda madre también recupera ese “ahora soy yo misma”, sintiendo deseos genuinos de “volver a ser la de antes”, con intereses y proyectos que no incluyen necesariamente al niño.

Mi intención, por lo tanto, es que reflexionemos sobre el puerperio basándonos en situaciones que a veces no son ni tan físicas, ni tan visibles, ni tan concretas, pero no por eso son menos reales. Se trata de abordar la cualidad invisible del puerperio, el sub-mundo femenino, los campos emocionales, lo que nos sucede aunque no lo podamos abordar con palabras concretas.

Básicamente quiero recalcar que las mujeres merecemos obtener cuidados, comprensión, aceptación y protección, traduciendo de este modo que lo que nos pasa internamente, “es correcto” y no hay nada diferente que tendría que suceder. Con un bebé en brazos, habiendo atravesado un parto, en plena desestructuración emocional, bajo los efectos de la pérdida de nuestra identidad; lo menos que podemos anhelar es estar desorientadas. Por eso necesitamos acompañamiento y permisos para aprender a navegar el puerperio que viene en formato invisible, sin bordes, sin horarios, sin lógica y sin razón.

En sociedades donde las mujeres se hacían cargo comunitariamente de la crianza de los niños mientras los hombres se ocupaban enteramente de procurar el alimento, el puerperio funcionaba como un tiempo de reposo y de atención exclusiva para el recién nacido. No había apuro para abandonar ese estado de entrega y silencio, de leche y fluidos.

Nuestra realidad social es otra. Vivimos en familias nucleares, en departamentos pequeños, a veces alejados de nuestras familias primarias y en ciudades donde no es tan fácil reemplazar a una comunidad de mujeres que alivian las tareas domésticas y construyen una red invisible de apoyo. Sin embargo todas las puérperas necesitamos esa red para no desmoronarnos a causa de las heridas físicas y emocionales que nos dejó el parto. Por otra parte, es evidente que 40 días es demasiado poco para recuperarnos, sobre todo cuando no hay nadie defendiendo las necesidades impostergables de la díada mamá-bebé, no hay una comunidad femenina para cuidarnos y además la mayoría de las mujeres somos expulsadas tempranamente al trabajo.

El panorama es desalentador para las mujeres modernas y urbanas, aunque pensemos que esto hace parte de la liberación femenina: en realidad no hay verdadera elección, casi nadie está en condiciones de decidir cuánto tiempo necesita quedarse con el bebé y cuándo es el momento adecuado para cada una para reincorporarse a la vida laboral. Y esto no está sólo pautado por las necesidades económicas, muchas veces reales. Sino sobre todo por una identidad construida casi integralmente en el ámbito del desarrollo laboral, y por lo dificultoso que resulta quedarnos sin referentes en el terreno de las emociones, la conexión con la interioridad, el contacto corporal, el tiempo fuera del tiempo y prácticamente nadie para acompañarnos en esta expulsión de hecho de la vida “normal”.

Por eso sería pertinente ofrecer información realista con respecto a las sorpresas que nos depara el puerperio a varones y mujeres. Tenemos que difundir con mayor precisión los conceptos sobre la naturaleza de la fusión emocional entre la madre y el recién nacido, sobre las necesidades específicas de una mujer puérpera y sobre los cuidados indispensables que debe recibir. De esta manera cada pareja podrá determinar si está en condiciones de generar el cuidado necesario tanto para la madre como para el bebé, o si necesitan buscar fuera del núcleo familiar ayudas complementarias.

A las mujeres nos corresponde también encontrar nuevas maneras de integrar nuestro propio desarrollo personal y la maternidad, de un modo que sea saludable, acorde a los tiempos que vivimos, pero sobre todo, completamente honesto con nuestro ser esencial.


Laura Gutman