Hace algunos días llegó a
una esquina de una de las avenidas principales de Santiago y veo un inmenso
cartel que propone una campaña del gobierno para frenar la violencia contra la
mujer. Grandes letras anuncian ‘Me
empelota la violencia contra la mujer’ y a su lado aparece una mujer que
trabaja en televisión “en pelotas” o desnuda.
Aplaudo la iniciativa de la campaña, pero no puedo tragármela así sin
dejar de cuestionar la propuesta en general y en especial de la
fotografía.
Es un hecho que los
desnudos en la publicidad cumplan con el ser el gancho más fácil y simple de
llamar la atención. Y aunque en esta
campaña aparezcan hombres y hasta una ministra algo mayor sin ropa, creo que me
vuelve a empelotar la violencia misma que
implica que una mujer tenga que llamar la atención con su desnudo. Aunque lo
queramos maquillar de artístico o justifiquemos que también salen hombres o
mujeres ‘mayores’. Y no es que esté en contra de una campaña contra de estas
características, de hecho considero que toda campaña y esfuerzo que se haga
para evitar la violencia son elementos altamente necesarios e importantes en
nuestra sociedad.
La mujer que aparece en una
de las fotos de la campaña sale en algún programa de televisión y lógicamente es
muy guapa (o eso es lo que tenemos en nuestro imaginario). Dada las
características de nuestra cultura, para llegar a ser catalogada de ‘muy guapa’
ha tenido que ‘mostrar’ sin duda su cuerpo, y en este caso su cuerpo desnudo viene
a decirnos que miremos el cartel porque ella está ahí así. Además hay un slogan que dice que a ella le
molesta o ‘empelota’ la violencia contra la mujer. En este punto, no me parece nada más violento
que nosotras las mujeres tengamos que seguir ‘mostrando’ nuestro cuerpo desnudo
o no (y estilizado), para poder demostrarle al mundo que somos guapas, que
somos atractivas, que somos exitosas, que somos alguien, para atraer. El culto al cuerpo femenino redondeado en
ciertas partes y huesudos en otras es el pan de cada día, y es el parámetro de
belleza que pocas de nosotras podremos alcanzar. Ese mismo culto es el que nos lleva a la
desaforada búsqueda de la etiqueta de ser bellas y jóvenes, y atractivas de un
modo sexual. ¿No es acaso violento que
siempre las mujeres tengamos que estar complaciendo con nuestro cuerpo al resto
del mundo? Y en este punto es una
complacencia meramente sexual orientada siempre al único leit motiv de nuestra
cultura (y sobre todo en la parte publicitaria): el coito.
Estoy convencida de que no
hay peor violencia hacia la mujer que la que está soterrada en cualquier
aspecto de nuestra cultura y que nosotras mismas llevamos como ‘algo normal’. El
sistema que nos rodea promueve en gran parte la idea de que nuestros cuerpos –que
tienen que ser jóvenes, esbeltos y hermosos- son para complacer al resto, y que ese
objetivo es prácticamente el único objetivo digno aceptable de alcanzar. Y no es que yo esté en contra de un cuerpo
desnudo o de los desnudos artísticos como podríamos justificar este caso. Lo que me empelota es que la mayoría de
publicidad siempre trata de persuadir por medio de la promesas que las mujeres
debemos hacer con nuestro cuerpo desnudo, por más solapado o más maquillado que
quieran poner el mensaje para la ‘venta’ del producto y que esto sea tomado
como algo totalmente normal. ¿Por qué siempre tenemos que emitir el mensaje mostrando
partes del cuerpo desnudo? Seguir mostrando una mujer desnuda para promover la
no violencia contra la mujer me parece que es seguir acentuando tristemente el
mensaje sexual que emite cualquier publicidad hoy en día de la forma burda que
tienen nuestros lugares comunes publicitarios.
Seguimos mostrando nuestra parte más hipócrita y contradictoria apelando
una vez más a llamar la atención con el gancho más simple.
Toda iniciativa que
promueva sinceramente la no violencia contra la mujer es loable. Sin embargo, antes de llegar y presentar el
anzuelo tan burdo y tan violento como mostrar a una mujer desnuda en algún
anuncio, deberíamos también plantearnos una reflexión profunda acerca de qué es
lo que consideramos como violencia contra la mujer. Seguimos viviendo en un sistema profundamente
machista, con estructuras patriarcales intensamente remarcadas, en la cual la
violencia contra la mujer está presente no solo en la relación de pareja o en lo
doméstico.
El maltrato hacia la mujer está implícito y explícito en cada
mensaje que recibimos en la publicidad al mostrar mujeres y sus partes
seductoras para vender cualquier cosa; en los medios que promueven los estereotipos
a seguir de ‘mujeres perfectas e ideales’; en los sistemas laborales que
castigan la maternidad y procesos femeninos naturales; en los sistemas sociales
implacables con las exigencias que nos hacen como mujeres; en los sistemas
económicos elitistas en los que la desigualdad entre hombres y mujeres es innegable;
en la visión adultocéntrica y androcéntrica que nos envuelve; en las etiquetas
y en las exigencias que nos alimentan como niñas, jóvenes, mujeres, madres,
abuelas día a día. Creo que nuestra
creatividad publicitaria puede llevarnos a todos a pensar y reflexionar más
allá de lo evidente. Eso sería promover un poco más el cuestionamiento de lo
que es violencia contra la mujer, y con ello se podría hacer más en todos los
ámbitos de nuestra cultura y nuestra forma de pensar, propiciando hechos concretos
que promuevan la tolerancia, la empatía, la comprensión del ser humano
en una forma íntegra y con ello fomentaríamos la no violencia en general y sobre todo
la no violencia contra las mujeres.
Para que sigamos
reflexionando no puedo dejar de citar las palabras de Clarissa Pinkola Estes “Una
mujer no puede hacer más consciente su cultura diciendo ‘cambio’. Sin embargo, ella si puede cambiar su propia
actitud en relación hacia ella misma, disminuyendo de este modo las proyecciones
que miran hacia afuera. Una mujer
consigue esto recuperando su cuerpo. Lo consigue no abandonando el gozo de su
cuerpo natural, no comprando la ilusión
popular de que la felicidad solamente se otorga a aquellas con cierta
configuración o edad, no esperando o reprimiéndose de hacer cualquier cosa, no
dejando de retomar su vida real, y viviendo a plenitud, dejando fluir
todo. Esta dinámica de auto aceptación y
auto estima es lo que empieza por cambiar las actitudes en una cultura”.
Tomemos conciencia.