lunes, 25 de noviembre de 2013

María, eres una reina


“Cuando una mujer va a parir, se encuentra en un estado psicológico y emocional vulnerable. En estos momentos de extrema sensibilidad, para que el parto transcurra de forma eficaz y adecuada, la mujer debe sentirse segura para lograr “poner en suspenso” su neocórtex racional y abandonarse, sin trabas, a su instinto de mamífera, es decir, la parturienta necesita unas condiciones especiales de quietud y serenidad para poder dejarse guiar por la información fisiológica grabada desde hace millones de años en su cerebro mamífero primitivo (el límbico). Seguridad, tranquilidad, silencio, luz tenue, protección, acompañamiento amoroso y respetuoso, calor, agua, un poco de comida, no parecen unos requisitos muy complejas para cumplirlos.”
Elena Mayorga



Cuando te vi María estabas con tu panza inmensa sentada en aquel banquito.  Tus ojos denotaban el inicio de tu trabajo de parto y un miedo que se colaba en cada mirada que enviabas a cada personal de salud que pasaba por tu lado sin percatarse de tu presencia. Esperaste paciente y obediente como la buena niña que te enseñaron a ser desde pequeña.  A ratos entrecortabas tu respiración por que venía una contracción lenta y punzante, las veía venir e irse.  Yo si me había percatado de tu presencia, María.  De repente la providencia divina te tocó y una cama te fue asignada.  Tus ojos agradecieron la pequeña compasión que tuvieron contigo y agarraste tu bolso y lo llevaste al pequeño velador que te asignaron.  Te dieron algunas recomendaciones de forma muy rápida.  Volviste a agradecer silenciosamente sin entender mayor cosa, lo sé.  Te preguntaron tu Rut, tu fecha de cumpleaños, el número de semanas de embarazo, la fecha de tu ultima regla, y una serie de números más a los que respondiste con algo de dificultad.  Pediste perdón por tu mala cabeza a la impaciente señorita que esperaba una respuesta rápida.  Nadie se percató de tu belleza, la perfección de tu neocortex desconectándose para poder escuchar tu cuerpo que se preparaba a recibir a tu hijo de la forma que solo tú sabes.  Te digo María, para mi poder admirar esa desconexión fue sublime, ‘maravillosa naturaleza’ pensé. Eres una reina María. 

Te recostaste y te sentiste sola, con algo de frío pese al calor intenso de ese día.  Tus ojos María miraron todo con extrañeza pero con resignación, se colaba el recelo en aquella sala tan grande, tan ruidosa y llena de la luz intensa de cualquier medio día.  Cerraste los ojos que se llenaron de lágrimas detrás de tus párpados, lo sé María. Comencé a sentirte desde que te vi en aquel banquito.  Intercambiaste alguna que otra palabra entre contracción y contracción con la mujer de la cama de al lado. Te dijo que todas salían gritando de esa sala.  Te sentiste desamparada una vez más, lo supe cuando trataste de ovillarte en la pequeña cama para, silenciosamente y apretando tu boca en un gesto sencillo, resistir una contracción más. No querías molestar a nadie.

El reloj grande aguardaba mostrando mi hora de salida.  Di un par de pasos sigilosos, tratando de no ser impertinente dentro de tu pequeño espacio.  Me dijiste un par de palabras y al presentir que venía la siguiente contracción no pude evitar tomar tu mano.  No pude irme, no dejándote ahí sola.  Comencé a acompañarte en las contracciones, pidiéndote prudentemente que no las resistieras, si no que las traspasáramos y las dos comenzamos a respirar y a integrar las contracciones que venían algo más intensas. Puse un aroma agradable en tu espacio. Nos conocimos en unos minutos, en algunas palabras escasas. ‘¿Dónde estuviste en mis otros partos?’ me preguntaste.  Revisé mi vida a lo largo de los 15 años que tiene tu primera hija y a lo largo de los 10 años de tu primera cesárea.  María tenemos casi la misma edad. 

En largo tiempo nadie vino a revisar que tu estado de salud estuviera bien, pero mi mano estuvo con la tuya todo ese rato.  Personal de salud se acercó y preguntó por lo menos 87 veces por tu Rut, tú fecha de cumpleaños, el número de semanas de embarazo, la fecha de tu última regla, y una serie de números más a los que respondiste cambiando de lugar los números.  Volviste a pedir perdón ante la pérdida de paciencia de cada persona que se acercó.  Yo volví a admirar la belleza de tu neocortex desconectado.

La fuente se rompió cuando una doctora te revisó.  Tu sobresalto creció y yo lo sentí en tu mano. Traté de tranquilizarte con mi mirada, con mi mano y mi respiración.  Tú me sonreíste y cerraste tus ojos y me permitiste ver como tu bebé se movía.  Revolviste tu bolso sin saber que sacar de él.  Ordené la ropita y sus pañales. Cerré bien tu bolso para que no pareciera ultrajado.

Te trasladaron a la sala donde podrías dar a luz y me permitieron dejar mi mano en la tuya.  Traté de respirar contigo, traté de que te conectaras con el precioso Maximiliano, traté de que el sintiera que su madre quería que se llamara además Tarek, ‘el que viene a ti’  como me dijiste orgullosa. Había ruido y el reloj aguardaba para dar un cambio de personal. Mi mano se quedó junto a la tuya y tratamos de bromear y tú reíste.  Yo veía como quisiste desconectarte y como quisiste sentir que tu cuerpo podía parir a Tarek sin dificultad,  sin ese miedo que volaba en el aire.  Alguien te llamó ‘floja’ por no querer pararte,  yo te miré y te sonreí y te dije sin palabras que te quedaras como tú querías.  Pediste perdón nuevamente porque manchaste una sábana como si la hubieras deshonrado y yo quise pedirte perdón por no hacerte sentir como la reina que eres. 

En ese momento una tropa de batas hospitalarias entró.  Me pidieron que saliera y yo también soy obediente, María.  No pude acompañarte en ese momento.  Mi mano se despegó de la tuya.  Seguí respirando contigo del otro lado de la puerta ¿pudiste sentirlo María? lo hice tal cual lo aprendimos juntas unas horas antes cuando recordamos a traspasar las olas de las contracciones, cuando nos abríamos plenas y cuando sentimos ambas libremente que nuestros bebés caminaban la senda a través de nosotras y nacían sin temor, sin dolor por nuestra vagina que era una… nos acompañamos y fuimos una.  María ¿dónde estuviste tú en mis partos? fue mi pregunta.  No pudimos seguir respirando, te desnudaron entera, te rasuraron, en medio de un sinfín de cifras que enarbolaron.  Desnudez, luz, ruido, tubos plásticos y millones de ojos observándote. Tímidamente me pediste perdón por que todo el trabajo que hicimos fue en vano y cerré mis ojos para contener las lágrimas. Tú eres una reina María, a pesar de todo este escenario ¿pude acaso transmitirte esa sensación María?  El miedo creció cuando solté tu mano y me preguntaste airada y llorando que qué te había hecho ese hombre de bata verde. No pude responderte María por aquel dolor. Profanación. El descontrol de tu gesto y tu camilla en movimiento no me permitió tomarte de la mano ni retomar la respiración.  Yo se que Tarek si se encajó y que había encontrado ya el camino que le mostramos juntas,  el que él quería hacer, recorrer junto y en  ti, de tu mano y con ello de la mía. Yo se que sí.  El hombre aquel, del que no pude resguardarte, decidió otro camino María.  

Santiago, jueves 21 de noviembre de 2013, Proyecto Doula.


miércoles, 6 de noviembre de 2013

Mirándome al espejo y entendiendo mis puerperios



Me miro al espejo.   Gabriel acaba de cumplir 2 años y con ello vamos dejando atrás sus primeros días de vida.  Miro a Manuel que tiene 7 años y percibo su profundidad y la proyección llena de vida que tienen sus ojos.  No recuerdo ya mi vida sin hijos, ni quiero recordarla, tampoco podría imaginarla ya.  El cambio de identidad de mi ser mujer a ser mujer-madre ha dejado sus huellas, y no hay mejor dicha para mí hoy que gozar de ello.  Me miro al espejo y recuerdo los primeros días de mis hijos con algo de nostalgia ¿hay algo mejor en la vida que tener en tus brazos y en tu pecho a ese ser recién nacido que te cambia la vida para siempre? ¿hay algo más trascendental que mirar un pequeño ser y mirarte al espejo al mismo tiempo?

El periodo de puerperio no es un tiempo fácil. Al menos para mí no lo fue. De hecho mi primer postparto fue algo caótico, un período en el que me costó entenderme.  Se abrieron puertas y los umbrales dejaron escapar todo lo guardado bajo siete llaves.  La erupción volcánica que ocurrió durante el parto, por más anestesiado que haya sido, no dejó piedra sobre piedra.  Me recuerdo con Manuel en brazos y la constante sensación de ir caminando sobre una cuerda floja.  Sentí la soledad absoluta en el camino y toda mi vida descarnada sobre mi cama, sobre mi ropa, sobre mi piel. La bebé que fui comenzaba a vivir su vida nuevamente. Ensimismada, recuerdo ver los ojos de Manuel cerrados durante el día en esa impasible estancia que me dio el vínculo más fuerte que había sentido conscientemente en mi vida.  En contraparte, la angustia sobre la noche y el llanto de mi bebé que no cesaba con nada.  Trataba de asirme de alguna estructura fuera esta horaria, temporal o racional, retomar mi vida.  ¿pero qué vida quería retomar? El desconsuelo me aprisionaba cada vez que pensaba que tendría que dejarlo para ir a trabajar.  No quería separarme jamás nunca de Manuel.  

Hoy se que su llanto era el mío, que se manifestaba a través de su ser, un llanto que nunca me permití en muchos años. Manuel lloraba y yo era un péndulo entre el amor más alto y la angustia más intensa. Días sin ducha. Mundos extraños acudían a mí, percepciones inexplicables más allá de mi razón corrían burlándose de mí.  Zozobra diaria y la sensación de no hacer nada bien.  No buscaba ayuda, pues yo no la necesitaba, tal como había aprendido a lo largo de mi vida.  El mundo emocional me poseía y el desequilibrio –según yo- era mi pan de cada día.  Creo que durante mi primer puerperio hace casi ocho años ya, se desataron a correr por doquier vivencias y penas mías.  Un gran espejo frente a mí.  Ahí en el llanto, en los días sin estructura, en el abismo sin tiempo, en el descontrol total de la vida, estaba yo atemorizada. Esto lo entiendo hoy.  En aquel momento fue más brumoso, de poca conciencia. ¿Qué fuera de una casa que jamás se abre, que no se limpia a menudo y en la que sus alfombras guardan polvo y secretos? ¿Qué sería de un hogar por el que el viento tiene caminos definidos sin el permiso de desviarse por debajo de los veladores y rincones? 

Mi identidad volvió a cambiar hace dos años. Ser mamá te cambia cada vez afortunadamente. Claro, cada ser humano que viene a este mundo es único e irrepetible. Con Gabriel tenía algo más de experiencia y algo más de conciencia.  Me dejé llevar. Guardé la razón, y quise sentir.  Abrí la puerta emocional tan machacada en este mundo sin tanto miedo esta vez.  Pero el miedo me volvió a arañar: la niña que fui lloró nuevamente en los umbrales, despertó en la noche llena de llanto por la soledad, una vez más el puerperio me tocaba nuevas teclas que advertían algún desamparo.  La lluvia de la desazón me cubrió y la sombría estancia una vez más me mostró sus telarañas.  Más detalles que trabajar y sanar. Me abracé, me sentí y me paré.  Abracé a mis padres y entendí la vida misma en sus brazos tejidos y en sus propios desamparos.  El viento comenzó a soplar y levantó el polvo de mi casa. Y los secretos volaron también. Corrí a abrir las ventanas. Despareció la senda y el viento voló libre por cualquier lado.  Una magia poderosa también despertó, y me guió a un mundo en el cual seguir creciendo.

Un par de niños juegan en mi casa y desbaratan todo por fortuna.  Tengo que limpiar a diario bajo los veladores y los rincones más intricados. Es un trabajo arduo e importante que implica dificultades y que me impone desafíos personales y emocionales que debo superar a diario. Una luz intensa recorre cada recoveco de mi hogar, de mi interior.  No quedan más adornitos antiguos en las mesitas de estar, se han roto todos.  Los sillones y las mesas han cambiado de lugar.  Aprendí a llorar aprendiendo y enfrentando, y hoy me levanto cualquier día sin tener o saber qué hacer y no me importa. No enmascaro mis temores y mis penas. Prohíbo que mi ímpetu no luche por lo que quiero y cumplo mis sueños en el intento por alcanzarlos.  Intento comprender lo que vivo a cada instante y la enseñanza que me deja hasta un plato de tallarines en el suelo.  Me miro al espejo y tengo compañía, dos pequeños maestros comiendo galletas y con los zapatos desabrochados me miran con sabiduría y sonriendo.  

El puerperio para toda mujer es una estancia que nos lleva a mundos interiores desconocidos.  Nuestro cerebro comienza a funcionar desde otra vereda para proteger a nuestra cría.  Se agudizan sentidos que antes dormían, y la sensibilidad sensorial es nuestro motor de protección.  Y es ahí donde podemos percibir aquellos otros mundos, aquellos que el mundo concreto y establecido llama locura.  Durante esta estancia es necesario procurar entender que el descanso, las pausas, lo lento, las sombras, el miedo, la inseguridad, el dolor no son valores negativos como nos lo han hecho creer, si no todo lo contrario, son aspectos que en nuestra gran acuarela nos hacen apreciar los claroscuros de la vida, nos muestran nuestros límites, nos señalan las heridas y todo lo que hay que sanar.  Aprendamos a pintar nuestra vida, aceptemos que necesitamos la ayuda de otros y  mirémonos al espejo sin miedo.

“Una puerta más que hay que abrir a golpes
hoy me siento muy bien conmigo
hoy quisiera tener testigos
que divulguen que hay alguien perdido encontrándose,
encontrándose
... 
Miguel Mateos