martes, 1 de abril de 2014

El tejido y la maternidad





La primera estampa que viene a mi cabeza cuando hablo de tejido y maternidad es la figura romántica de la madre tejiendo escarpines en la dulce espera de su embarazo. En mi experiencia personal, puedo decir que en cierto momento de mi post parto el tejido prácticamente me salvó la vida. En medio de la confusión de los primeros días del puerperio cada punto aliviaba en gran medida mi angustia de primeriza.  Hoy asisto a una conferencia que da Michel Odent en Santiago en la cual hablará acerca del fenómeno doula a nivel mundial.  La cita se inicia y todos los presentes tejen en silencio durante 10 minutos.  Al parecer, el tejido tiene muchísimo que ver con la maternidad.

A mí me enseñaron a tejer mis abuelas y mi madre desde siempre y de ellas heredé el gusto por las texturas de las lanas y sus colores.  En mi casa siempre hubo ovillos, palillos y crochet.  Recuerdo empezar a tejer desde muy niña y afortunadamente recuerdo siempre haberme interesado mucho por tejer.  Con el tiempo hice de esta actividad un verdadero hábito en mi vida. Hoy sé que este hábito ha estado siempre presente a lo largo de mi niñez, adolescencia y que me ha acompañado en varios procesos de mi vida adulta.  En especial,  recuerdo mis primeros días de madre, cuando estrenaba todo aquel caos inicial que implica cambiar la vida con la llegada de un pequeño a casa.  Tiempos aquellos de sensaciones tan extrañas como intensas, de recorridos internos, de tramas desconocidas.  Estaciones llenas de hallazgos, paisajes y pantanos internos. Marañas y enredos.  Nuestra habitación en ese entonces era pequeña, con muy poco espacio donde deambular.  Recuerdo sentir la necesidad de centrarme en mí y solo en mí, claro, es a lo que siempre estuve acostumbrada.  Manuel con su llanto me recordaba claramente que ya mi individualidad no existía más o existía de otro modo. Tenía que descubrirlo. Y ese hecho por un lado me llenaba de una amable sustancia que me embriagaba de dulces sensaciones y me hacía sentir que el primer y último objetivo de mi existencia era  ser madre.  Y por otro lado se me aparecían cavernas oscuras llenas de telarañas llenándome de miedo y soledad, de un frío intenso que me encadenaba a paradigmas que yo no quería aceptar.  En medio de esa dicotomía emocional recuerdo de forma casi inconsciente tomar un crochet y ponerme a tejer.  Este simple acto fue para mí un bálsamo tranquilizante que me otorgó fuerzas internas para no desfallecer y hacer grandes descubrimientos. Desde ese entonces, en el respaldo de mi cama, no falta una bolsita colgada con lana y un crochet.

Según el planteamiento que hace el afamado médico francés defensor y promotor del parto natural y mamífero, Michel Odent, el tejido representa una escena apacible mediante la cual el cerebro mantiene una baja producción de adrenalina o la hormona del miedo que secretamos en momentos de estrés.  La imagen de la doula o acompañante de una mujer en la labor de parto rememora un acompañamiento apacible, sin perturbaciones o intervenciones, sin juicios, protegido solamente por la tranquilizadora presencia, a una cierta distancia, de la mujer que teje en silencio con una cadencia regular del tejido. Esta actividad tiende a facilitar un estado meditativo en un terreno neutral.  Este estado de tranquilidad permite que la mujer que va a parir pueda desconectar su neocortex o su cerebro pensante y seguir el proceso natural que dicta su cuerpo y el de su bebé.  Hoy por hoy, gracias a esta imagen siento que el tejido tiene muchísimo más alcances además. La actividad de tejer tiene mucho que ver con la creatividad y las figuras más asociadas al él y a su estado contemplativo son las mujeres. Son ellas quienes con su poderío vital van enlazando rítmicamente punto por punto la urdiembre de la vida, dando armonía a los tejidos de su vientre, promoviendo la protección, el abrigo y el cuidado de los otros. La imagen materna trenzando la eternidad universal en un elevado estado de recogimiento acompañada por otra mujer que teje cercana a ella. 

Vuelvo a recordar aquellos primeros días del puerperio enmarañados.  Siento a veces nostalgia y orgullo. Mi estado interno me guió a tomar y hacer una tarea repetitiva, como es tejer.  Sin saber que esta simple actividad me ayudó a mantener el nivel de adrenalina lo más bajo posible. Hoy aprendo que científicos demuestran cuan contagiosa es la liberación de adrenalina y lo inhibidora que puede ser es esta de su hormona opuesta: la oxitocina u hormona del amor.  Cuando una se convierte en madre y devienen los cambios, una se siente en la montaña rusa y muchas veces la angustia y el temor se hacen presentes.  Hay que proteger mucho a una madre en sus primeros días de post parto. El tejido reduce los niveles de tensión y estrés, ayuda a la recuperación mental y física luego de una intensa labor, promueve la tranquilidad y el buen humor, aporta claridad en los pensamientos y sentimientos. El tejido permite que la oxitocina que es una hormona tímida se haga presente.  Dejar que mi parte más creativa se desenvolviera en un momento de intensidad emocional me dio mucha satisfacción personal y mejoró mi autoestima.  Terminar bufandas o mantas te hace sentir una verdadera artista lo que hace que tu comunicación con otros pueda desplegarse.  Sentí como mi ser interno innato se manifestó y permití que mis temores se apaciguaran y me inundaron sensaciones agradables. Si bien mi tiempo libre era prácticamente escaso en aquellos momentos, aunque fueran 5 minutos de tejido eran gloriosos. Para mi tejer es algo así como vivir el éxtasis y encontrar nuestros propios caminos, tal cual lo es ser madre.  Porque ser madre es lo mismo que tejer, creas vida, hilas y tomas los tejidos del espíritu desenredando nudos y traspasando obstáculos, entrelazando tus días con los de tus hijos y los del resto de la familia.  Y en esta urdiembre lentamente va creciendo tu lienzo en coherencia con el poder interno, que en mi caso, alguna vez pensé no tener, pero que hoy se manifiesta en la obstinación que he puesto en reflexionar mi maternidad, aceptar mis contradicciones y  por convertirme en doula.

El tejido hoy en mi vida representa un urdir de vivencias que dan consecuencia a mi verdad.  Esta actividad me ha acompañado durante toda la vida: mis abuelas y mi madre me enseñaron a tejer y con ellas confirmé mi ser hija y ser parte de un linaje;  el tejido acudió en mi ayuda cuando necesité centrarme y eliminar mis miedos y angustias durante el postparto.  Hoy viene y reafirma en mi la vocación intensa por ser doula y acompañar a otras mujeres en su camino hacia y en la maternidad.  Tejiendo confirmo mi necesidad intensa de ayudar a otras mujeres a encontrar ese poder interno que llevamos todas las mujeres dentro y que por ciertos condicionamientos creemos que no tenemos.  Punto por punto voy descubriendo hoy que la comunión con uno mismo que se produce cuando se teje, va abriendo caminos internos, va desenredando obstáculos. El tejido va creando una gran manta vital indestructible que puede cubrirnos, protegernos, acunarnos, contenernos.  Según Michel Odent las necesidades básicas en una mujer en labor de parto son el silencio, la oscuridad y la seguridad de no sentirse observada.  Entonces pienso yo, porque no tejer nosotras mismas una manta preciosa para cubrirnos y sentirnos en silencio, protegidas y seguras, para poder parir no solo a nuestros hijos, sino nuestra creatividad y nuestro ser esencial lleno de verdad, sea cual sea nuestra circunstancia.  Así, en una máxima intimidad, cubiertas por un lienzo hecho con nuestras manos que apacigüe todos nuestros miedos, podremos dar a luz lo mejor de nostras y convertirnos en madres de la mejor obra de arte que representa nuestra propia vida.


Y en el camino seguimos tejiendo…

Este texto aparece en la Revista Oxitocina (Recomendada!)